Los almuerzos de la Cámara Americana de Comercio son sin duda el escenario mensual de mayor importancia del sector empresarial. Ahí se opina de política, de servicios, de educación, de desarrollo, de aduanas, de impuestos, temas diversos sobre actividades empresariales, justicia; en fin, no hay un tópico que los interesantes almuerzos no toquen.
Es costumbre tener como orador invitado al embajador de los Estados Unidos en la víspera de la celebración del Día de Acción de Gracias en los Estados Unidos, donde se agradece a Dios por una buena cosecha y es la celebración más importante del año, donde se congrega toda la familia.
En esta oportunidad le tocó al embajador James W. Brewster, en un discurso que tuvo luces y sombras.
Debemos empezar reconociendo las buenas relaciones entre Estados Unidos y República Dominicana. Hemos sido un socio permanente del país del norte y su apoyo en áreas importantes como la educación, en materia de seguridad, para combatir el narcotráfico, programas de empleo, es sin duda invaluable.
Cuando reflexionamos sobre el discurso del Embajador, muchos entendemos que al abordar algunos temas se excedió en las funciones inherentes a su cargo diplomático, y más que un amigo, como se considera de los dominicanos, nos trajo a la memoria la política diplomática del presidente Theodore Roosevelt del “Big Stick”, el garrote en español, que por medio de un discurso aparentemente amigable se perseguían implementar políticas bajo amenazas.
Al referirse al tema de la seguridad, hay que reconocer que es un mal mundial, sin que esto signifique que nos resignamos a ser mejores. Pero, cuánto daño se hace a la inversión cuando es el embajador norteamericano que pone un ejemplo cuando dice que quería contar una historia verdadera sobre el asalto a un inversionista de YPO (Young Presidents’ Organization), (Organización de Jóvenes Presidentes, en español), en manos de un policía. Parecería que estamos en alerta roja y olvidamos que los asaltos son consecuencias de la inequidad y el narcotráfico.
Parecería que eso sólo sucede aquí, mas no es así. En Miami, cuando me desmonté del auto para pagar la gasolina, mi esposa fue asaltada y le robaron su cartera. ¿Debo por eso dejar de ir a Miami? Hemos visto el caso de Chicago, donde la policía masacró hasta la muerte a un joven afroamericano y luego desaparecieron los videos de seguridad. ¿Será esta una razón para no invertir en Estados Unidos?
Por lo que le pagamos a nuestros policías tenemos la mejor del mundo, pero las generalizaciones, como en todo, hacen mucho daño, especialmente al esfuerzo que su propia embajada despliega en apoyo para capacitar mejor a nuestros policías y esperar que en algún momento el presupuesto contemple salarios dignos para los mismos.
Con relación a la educación sexual, no creo que sea problema de su embajada ni de ninguna otra; es una responsabilidad, tal y como lo establece nuestra Constitución, de la familia. Tampoco el camino es la publicación de libros y manuales que incitan a nuestros hijos a una iniciación temprana en el sexo sin límites, para luego sugerirles el aborto y más tarde utilizar los fetos en experimentos genéticos o como edulcorante.
Sobre los contratos, licitaciones y la corrupción, permítame en este punto también contar experiencias personales. Como empresario, he tenido la dicha también de jugar el rol de funcionario público sirviendo a mi país. Encontré dominicanos verdaderamente éticos y comprometidos, por lo que no acepto que la corrupción sea endémica. Que como nación es un punto que tenemos pendiente, lo comprendo, como por igual lo es la justicia. La corrupción pública y privada evita una mejor distribución de los ingresos, pero no se limita a la República Dominicana.
Recordemos sólo tres ejemplos: la crisis suprime, fruto de la corrupción de los mercados en Estados Unidos, llevó al mundo al borde de la quiebra. Los contratos de grado a grado a la Halliburton, los problemas de las elecciones y las boletas en la Florida, algo que aquí hace años superamos. No es sólo aquí, en todos lados “se cuecen habas”.
Por último, está lo de la promoción como destino turístico de nuestro país de personas GLBTI y con discapacidades. Soy un fiel testigo de no creer en discapacidad y lo mismo pienso que el país no tiene que promoverse para un tipo de turista específico. Debemos promovernos como un destino que no discrimina, que también acepta los afroamericanos y los latinos maltratados, donde lo que deseamos es que todos se lleven como recuerdo la belleza de nuestros recursos naturales y la amabilidad y alegría del dominicano.
La discriminación es algo que aprendí desde muy joven en la gran nación del Embajador, cuando, como consecuencia del polio que sufrí, debí recibir los excelentes tratamientos del hospital que fundara ese destacado norteamericano Franklin D. Roosevelt afectado también por la enfermedad, en Warm Springs, Georgia, donde los baños y restaurantes decían: prohibida la entrada a negros y a perros.
A pesar de este boche de Acción de Gracias y de las luces y sombras de su interesante discurso, nuestras relaciones con su nación seguirán siendo excelentes.
Finalmente, no sé si este artículo me traerá como consecuencia tener que entregar la visa. Por suerte, a pesar de eso, podré seguir invirtiendo, visitando y teniendo grandes amigos en su gran país, gracias a que a finales de la década del 1800, cuando no había teléfono ni internet y los viajes en barcos eran tan costosos que obligaban venir en tercera clase, mi abuelo junto con su padre y sus hermanos tomaron la decisión de emigrar a un pequeño país del Caribe, orgullo de Anacaona, de Caonabo, de Duarte, Sánchez, Mella, María Trinidad Sánchez y de las Hermanas Mirabal, por lo que tengo pasaporte italiano, que no podrían quitármelo.
El embajador y yo compartimos muchas ideas comunes y especialmente una pasión por los Leones del Escogido, pero la democracia no se sustenta en el “Big Stick”, sino en la discusión abierta de las ideas. Hace algunos años publiqué un artículo similar y se molestaron en su embajada y le comenté a un gran amigo “que tengan presente y se revisen, ya que este artículo no lo escribe Narciso Isa Conde, sino un amigo que admira y respeta a los Estados Unidos, pero que también exige respeto por la República Dominicana”.