Como lo hacía desde que compró un carro con el dinero de la liquidación de la empresa donde laboraba para ganarse el sustento de su familia como taxista, Joan Manuel Rodríguez Ballester salió de su casa de noche a trabajar, pero esa vez no regresó con vida.
Su cadáver, apuñalado y atado de pies y manos, fue hallado al día siguiente en un solar baldío del sector Los Mameyes.
Nelson Tavárez Hernández, también taxista, fue muerto a cuchilladas y golpes, y su cadáver, igualmente atado de pies y manos, lanzado en unos matorrales del sector Los Frailes Segundo, en las inmediaciones del kilómetro 10, de la autopista Las Américas.
Los dos asesinatos, con idénticas características, se produjeron en un período de menos de un mes, en el mismo municipio Santo Domingo Este, pero ni por asomo los investigadores policiales sospecharon que ambos casos guardaban conexión.
Al contrario, los dos crímenes pasaron a la relación de casos no resueltos de la Policía Nacional y el dolor sólo lo sentían quienes lo sufrían: los familiares de las víctimas.
El tercer asesinato de taxistas provocó la activación de la investigación, que entonces pasó a ser asumida como un reto. Esta vez la víctima fue Adeliz Calderón González, hallado dentro de unos matorrales del sector Brisas del Este, también apuñalado y con las manos y los pies atados.
Pero, ¿por dónde empezar a desatar los cabos que tan enredada madeja? ¿cuáles pistas seguir para ir tras la captura del o los asesinos en serie de taxistas? En realidad, no era una investigación fácil, sobre todo porque las víctimas eran de distintas agencias o “bases” de taxis y no se disponía, al principio, de una relación de interceptación de llamadas y porque los taxistas atacados recogían a sus verdurgos en diferentes lugares de diversión, principalmente en colmadones.
Tampoco bastaba establecer el modus operandi o determinar que al o a los criminales no les interesaban los vehículos, pues los abandonaban momentos después de los asesinatos.
Un detalle sí había en común, además de las características de los sucesos: las víctimas eran desvalijadas.
Los análisis de las huellas dactilares y otras evidencias levantadas por la Policía Científica tampoco sirvieron de mucho.
Mientras, en el sector Los Molinos, próximo a la avenida Charles de Gaulle, otro asesinato de un taxista se registraba. Anito Beltrán fue hallado boca arriba en la acera. La única diferencia con los demás casos era que había sido asesinado a balazos y a puñaladas.
Una semana después se registró la quinta víctima. Frente al cine Hollywood, en el kilómetro 8 y medio de la carretera Mella, alrededor de las siete de la noche, Estanislado Cayetano Pascual fue baleado en la cabeza y su cadáver quedó recostado al volante.
Cuatro hombres y una mujer desaparecieron de la escena del crimen. Dos cogieron rumbo a Cansino Segundo y los otros dos se fueron por Cansino Primero, internándose por Mandinga.
No había transcurrido un mes cuando fue reportada la siguiente víctima entre los taxistas del municipio Santo Domingo: Ismael Emilio de Jesús.
Ya para entonces había suficientes pistas de que se trataba de una banda compuesta por hombres y mujeres, incluso posibles sospechosos identificados en el sector Los Mameyes.
El taxista Fernando Fernández se convirtió en el principal testigo de los investigadores. Logró salvar la vida pese a haberle dado 29 puñaladas, tras ser abordado en la avenida San Vicente de Paúl y a punta de cuchillo obligado a conducir hasta las inmediaciones del Faro a Colón, pasándolo luego al asiento de atrás y colocándole una soga en el cuello.
La presencia en la zona de un carro, cuyo conductor daba cambio de luces, fue su salvación. Los cinco asesinos, entre ellos dos mujeres, huyeron despavoridos del lugar.
Fernández, con seis puñaladas en la cabeza y otras 21 en la espalda y una que se le atascó en una costilla, declaró en los interrogatorios que una de dos mujeres le gritaba a sus cómplices: “¡Maténlo, no lo dejen vivo, quiero ver sangre!”.
Quien no tuvo igual suerte fue Jhonatan Bello D’Oleo, la última víctima de la banda. El vehículo del taxista de 25 años de edad fue abordado por dos jovencitas en un colmadón de la avenida Venezuela, en el ensanche Ozama, y a dos esquinas más adelante recogió a tres hombres para “completar el servicio” solicitado por las mujeres.
Apenas llegó a la avenida Las Américas, Bello fue atacado a puñaladas, sacado de la cabina del volante y montado en el asiento trasero.
Debajo del puente Juan Carlos Primero, fue desnudado y obligado a tomar “ácido del diablo”, sustancia que también rociaron en sus genitales hasta que la muerte se consumó entre el dolor y la oscuridad de la noche en los matorrales donde fue lanzado.
Detalles
Imputados
Jesús Reyes González y Joel Alcántara, de 20 y 18 años, respectivamente, junto a otros tres cómplices menores de edad, incluyendo las dos adolescentes de 15 y 17 años, fueron apresados al día siguiente del asesinato de Bello D’Oleo en allanamientos domiciliarios y operativos de búsqueda realizados en distintos puntos del municipio Santo Domingo Este. Los siete taxistas fueron asesinados entre el 11 de noviembre de 2009 al 12 de marzo de 2010.
Otra víctima
José Miguel oficial de la Marina de Guerra, fue atacado por el grupo, luego de prestar servicio en la institución. El oficial, según confesaron luego sus asesinos, fue confundido con un taxista cuando se encontraba en la avenida España.