Con una Biblia debajo del brazo y una pistola dentro de un bulto negro, Richard Bolívar Encarnación Reyes, alias “Richard Manga Larga”, abordó un minibús de pasajeros en “La Esquina Caliente” del sector de Herrera con destino a Elías Piña y desde El Llano se internó en territorio haitiano.
Ese mismo día en horas de la mañana, luego de ubicar a su víctima durante una semana, el sicario saltó la verja de la casa número 25 de la calle Interior II, en Altos de Las Praderas, se escondió en medio de dos vehículos estacionados en la marquesina y esperó impaciente, con el arma “sobada”, a que el ingeniero Rafael Emilio Hernández Calcagno hiciera la rutina de siempre: recoger el periódico entre las 6:15 y 6:30 de la mañana.
Momentos antes del crimen, ocurrido el 14 de diciembre de 2010, el repartidor lanzó el diario encima de la capota de una de camioneta, un detalle que el asesino no tenía en cuenta y que le dificultaba maniobrar para acometer contra su víctima.
Antes ese imprevisto, ¿qué hizo el sicario? Cogió el periódico y lo colocó justo en el lugar donde Hernández quedara en línea de tiro, “a boca de jarro”.
En efecto, aproximadamente a las 6:40 de la mañana sonó un disparo, mientras un hombre de tez negra con gorra y con una chaqueta, debajo de la cual escondía el arma, corría calle abajo hacia la avenida Luperón, donde le aguardaba en una moto “Marucha”, un cómplice aún no localizado con el cual el asesino desapareció de las inmediaciones del hecho.
Más de un vecino oyó el disparo e incluso vio al sospechoso. Alejandro García fue uno de ellos. Se aproximó a la marquesina y vio a una mujer que sostenía la cabeza de la víctima pidiendo auxilio.
Hernández, de 57 años, con dos hijos, fue durante 20 años jefe de seguridad del casino del hotel Jaragua, ocupación que había dejado dos semanas atrás. Por las informaciones recogidas por los investigadores en el entorno laboral, la víctima aparentemente no tenía problemas con nadie. Al menos, quienes lo conocieron así lo manifestaron en los interrogatorios.
HIPÓTESIS. Dos aspectos importantes de la investigación pasaron inadvertidos o no fueron tomados en cuenta: primero, el asesino madrugó en dos ocasiones anteriores para comprobar la hora en que la víctima recogía el periódico de la marquesina, una información que necesariamente tuvo que haber recibido de parte de quien le pagó por el crimen; y, el segundo detalle plantea una interrogante: ¿por qué se cometió el crimen en la casa de la víctima y no en otro lugar?
La respuesta sólo fue posible despejar la seis meses después, con la captura de “Richard Manga Larga”, el 14 de junio de 2011, quien reveló que “se descartó el secuestro y el asesinato en otro lugar para dar la impresión de que fue un hecho de la delincuencia común, realizado por un ladrón al ser sorprendido en la vivienda”.
Refirió que tan pronto recibió el anticipo de 50 mil pesos, de parte de la banda de sicarios que encabezaba Basilio Pérez, alias “El Mayor”, muerto luego en un enfrentamiento con la Policía junto a Kelvin Antonio Ramírez Castro, en la avenida John F. Kennedy, “se me mostró de noche la vivienda del ingeniero y se me dijo que cuando lo mate fuera a buscar cien mil pesos más”.
El primer aspecto de la investigación envolvía otra incógnita: ¿Quién del entorno de la víctima actuó en complicidad? Esa interrogante “Richard Manga Larga” no pudo despejarla, porque “sólo recibí el encargo y el dinero de parte de ‘El Mayor’, a quien, después supe, le pagaron medio millón de pesos”.
Del autor intelectual y quien habría contratado a “El Mayor” para la ejecución del crimen, el Departamento de Investigaciones Criminales (Dicrim) sólo consigna que fue Jesús Pascual Cabrera Ruiz, un dominicano nativo de La Romana, que guarda prisión en una cárcel de Puerto Rico por su vinculación con la banda que dirigía el reo por narcotráfico Ramón Antonio del Rosario Puente, alias “Toño Leña”, actualmente en proceso de extradición a los Estados Unidos.
La muerte de Basilio Pérez truncó la investigación, porque las sospechas de los investigadores de un crimen por encargo por causa de una mujer de la víctima no pudieron ser establecidas.
El caso fue “cerrado” enviado a la cárcel a “Richard Manga Larga”, aunque en el expediente incriminatorio en su contra el ingeniero Ramón Emilio Hernádez sólo aparece como una más de las ocho víctimas que se le atribuyen al sicario y a la banda a la cual pertenecía.
Tampoco fue una evidencia de complicidad el retiro de la cuenta de ahorro de la víctima, ni el vínculo sentimental del autor intelectual con una de las mujeres que el ingeniero Hernández conoció en el casino y con quien sostenía una relación de concubinato.