Recuerdo haber visto un documental sobre Evita Perón en Argentina, en el que se resaltaba la peculiaridad de algo que recurrentemente, Eva, en sus recorridos por zonas en donde la pobreza hacía estragos importantes, obsequiaba a sus conciudadanos. Sus asistentes llevaban cajas de prótesis dentales ajustables, o lo que es lo mismo: “cajas de dientes”.
Esto así porque, aun cuando en esa época se vivía en Argentina un proceso importante de reforma económica, social y política, los niveles de desnutrición poblacional eran sumamente altos y esto se reflejaba, entre otras cosas, en la pérdida de la dentadura de las personas.
Hago mención de este peculiarísimo detalle de la vida política de Eva Perón porque, en uno de los escasos videos que pueden verse en la web sobre la situación de hambruna en zonas rurales de Corea del Norte, me he dado cuenta que muchos de sus habitantes al parecer deben acostumbrarse a masticar con las encías lo poco que consiguen para comer, debido a que, por el hambre y la resultante desnutrición, terminan perdiendo su dentadura.
Esa hambruna rampante en Corea del Norte produce una desnutrición lacerante que ha llevado a la muerte en los últimos años a millones de personas por inanición. Contrasta ridículamente ese escenario con la suntuosidad y lujo excesivo mostrado al mundo en los funerales de Kim Jong Il, evento en el cual no se escatimó esfuerzo alguno en la muestra pomposa de recursos y de poderío de la familia del gobernante.
Corea del Norte, luego de ser una nación que se jactaba de su autosuficiencia económica en los años previos al desmoronamiento de la Unión Soviética, tuvo que afrontar niveles de hambre descomunales cuando, al producirse la desaparición de esa unión de repúblicas dejó de recibir los vastos recursos que en subsidios, fertilizantes y logística de irrigación, ésta insuflaba en su economía para la producción de alimentos, dando como resultado que para la década del 90 cerca de dos millones de personas murieran de hambre, coincidiendo justamente con la asunción de Kim Jong Il al poder.
En el escenario que vive actualmente Norcorea pareciera como si la historia volviese atrás y se reprodujesen unos factores muy similares a los de esa época. Primero, asume el poder un nuevo líder, que aunque cuenta, a diferencia de su padre en el momento en que asumió la dirección del gobierno, con una reducida experiencia en los asuntos del Estado, debe armonizar con las distintas fuerzas internas para institucionalizar su mandato; segundo, el nivel de hambre y de precariedades existentes se asemejan enormemente a la de la década del 90, debido en gran parte a que Kim Jong Il había abandonado las negociaciones internacionales sobre su programa nuclear lo que provocó que la cooperación externa se paralizara; tercero, los niveles de descontento a nivel interno se acrecientan, tal y como sucedía en los 90 a causa de la desesperación colectiva por ausencia de recursos del Estado para auxiliar a la ciudadanía; entre otras cosas.
Sobre esta premisa, hoy por hoy, los norcoreanos y quienes les lideran, están echando manos del recurso que, paradójicamente y lejos de la mística despiadada con la que se construye, va a matar el hambre de algunos, por lo menos, por un tiempo: sus temibles armas nucleares. Estados Unidos ha acordado con ellos la concesión de 240,000 toneladas de alimentos a cambio de una moratoria en su programa nuclear, cantidad muy inferior a las 850,000 toneladas que, según el Programa Mundial de Alimentos, se necesitaría (solo en cereales) para alimentar a cerca de un 40% de la población que sufre los embates de una despiadada hambruna.
En la historia solo se conoce una ocasión en la que estas temibles herramientas de esparcimiento de terror, dolor, desolación y sangre han sido utilizadas en terreno civil y como instrumento taxativo de guerra: Nagasaki e Hiroshima. Justo es el caso, y dado que se supone que el espíritu dantesco de los que detentan el poder debe ir cambiando, que este tipo de armas, lejos de provocar muerte y desolación, atraigan, aun a contrapelo de su fin ulterior, un poco de sosiego, comida en la mesa y tranquilidad en los hogares de esta parte del planeta.