Nuestro cristianismo nunca será medido en función de nuestro apego a la ortodoxia. Las iglesias cristianas tienen sus normas, sin embargo ello nunca determinará la autenticidad de nuestra condición de cristianos.
Jesús lo dijo: “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará al reino de los cielos” (Mt. 7.21.); tampoco el que ocupa los primeros asientos en la iglesia, ni quien pasa los días con un Rosario en la mano o quien se ocupa de arreglar el templo para que esté impecable al momento del culto; ni siquiera hay garantía en el que predica la Palabra de Dios.
La autenticidad del cristianismo está en la vivencia de la fe, en lo oculto de nuestro corazón y en lo manifiesto de nuestras acciones.
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