Jóvenes se arriesgan a enfrentar accidentes, insultos y peligros en su rutina diaria para ganarse su sustento
Desde las primeras horas del día hasta bien entrada la noche, un grupo de jóvenes se adentra en las calles, para dedicarse al arduo oficio de limpiar los vidrios de los vehículos detenidos en los semáforos.
“Trabajo desde las 8 de la mañana hasta las 9 de la noche”, dice Richard Sánchez, un joven de 27 años.
Muchos de ellos, sin haber terminado sus estudios, enfrentan la dura realidad de un futuro incierto.
Bryan, que pronto cumplirá 28 años, asegura llevar más de cinco años en el oficio, luego de haber quedado en 2do de bachillerato. Al preguntarle sobre lo más difícil de trabajar en las calles, responde: “Lo más difícil es coger lucha como yo estoy cogiendo. Me arrepiento de haber dejado mis estudios; la juventud que no coja esa vía”.
Expuestos a la mirada crítica de la sociedad, enfrentan no solo el prejuicio y la desconfianza de quienes los ven, sino también los peligros inherentes a su trabajo.
“Nos tratan mal, creen que somos tígueres, ladrones, delincuentes. Claro está, algunos sí, pero no todos”, expresa Richard.
“Mucho reproche, aguantar boche. Me siento malísimo, me ofrecen plomazo y de to’. A lo primero tenía vergüenza, pero yo estoy curao’ con eso. Yo no le paro y sigo rodando”, relata Bryan con frustración, mientras refleja la dura realidad a la que se enfrenta día a día.
Sin embargo, también hay quienes les brindan palabras de aliento y les piden que sigan adelante. Richard menciona que, a pesar de las dificultades, siempre hay quienes les dicen que no se rindan, que continúen luchando.
Roberto, de 32 años, afirma tener entre 13 y 14 años de experiencia en el oficio y brinda una perspectiva de cómo llegó a ser limpiavidrios: “Empecé limpiando zapatos, vendiendo huevos, chocolate en la OMSA, vendiendo chicles y después limpiando cristales”.
En una respuesta inusual, cuando se le preguntó por la cantidad de horas que dedica al trabajo, explicó que depende de cómo esté la despensa. “Si falta el plato de comida, salgo desde temprano. Si se busca bien en un día, hago una compra en mi casa para que el dinero que consiga en la semana lo invierta en otras necesidades”.
Estos jóvenes, que aseguran tener una familia, se arriesgan a enfrentar accidentes, insultos y peligros en su rutina diaria.
“Mi madre es cristiana y pastora. Yo duré cuatro años como empleado del Gobierno, dejé los estudios porque tuve problemas con mis viejos, mi papá y mi mamá. Tuvimos que mudarnos”, expresa Roberto con semblante de consternación, reflejando la dureza de su lucha desde muy joven.
“Muchos se cagan en la madre de uno, pero uno no come M porque quiere, sino por necesidad”, agrega Roberto con determinación, al mismo tiempo que dirige un mensaje a la juventud instándola a no darse por vencida: “Levanten los pies si tropiezan”.
En el semáforo de la Avenida Independencia se encuentra Albert Luis, de 34 años, quien dice que comenzó a trabajar como limpiavidrios al encontrarse sin empleo. A pesar de las dificultades, ha encontrado en esta labor una manera de salir adelante.
Con resignación, explica su situación y la razón por la que cada día se coloca en esa esquina. “Yo, mientras tanto, estoy aquí porque hay que hacerlo como uno pueda”, comenta.
Albert Luis, dice que su manera de trabajar es diferente a la de otros limpiavidrios. Asegura que siempre pide permiso antes de actuar y que, hasta ahora, no ha tenido enfrentamientos con conductores. “Hay muchos que rechazan y muchos que no. Yo no me lo gano porque mi forma es diferente. Yo no tiro agua si no me dicen”, destaca.
A pesar de que algunos pueden pensar que su labor es sencilla, él describe los retos que enfrenta diariamente. “Se ve fácil, pero se coge lucha. Pa’ arriba y pa’ abajo caminando y ese sol matando a uno”, dice con evidente agotamiento. “Hay días en que casi no hay gente, en los que se dura el día entero, pero cuando me va bien, hago hasta 3,000 pesos”, añade.
A pesar de las condiciones precarias de su trabajo, estos jóvenes se aferran a su oficio, buscando sobrevivir y, en muchos casos, ayudar a sus familias. Bryan cuenta: “En un día que me vaya bien, me gano más de 2,000 pesos, pero son muchas horas trabajando seguido”.
Richard, por su parte, confiesa que comenzó a limpiar vidrios porque no tenía otra opción. “Estaba en mala, no tenía qué hacer y me puse a limpiar vidrios”, explica.
La lucha diaria
La historia de Bryan, Richard, Roberto, Albert Luis y tantos otros limpiavidrios refleja la lucha diaria de jóvenes que, a pesar de los prejuicios y la desconfianza de la sociedad, buscan ganarse la vida de manera honesta. Y aunque el trabajo que realizan detrás de los semáforos es mal visto por algunos, ellos siguen adelante, mostrando la resiliencia de quienes se niegan a rendirse.