Habiendo comprado un nuevo gavetero, mi esposa me pidió guardar una almohada que sólo utilizamos en determinada época del año. Fue necesario el empleo de gran fuerza para acomodarla dentro del pequeño cajón.
Tiempo después, al sacarla para su acostumbrado uso, comprobamos que se había desformado gracias a la compresión a la que había sido sometida en un espacio considerablemente más estrecho que su volumen.
Acaso por la capacidad analógica que poseemos los seres humanos para razonar las cosas, aquel irrelevante suceso de la vida cotidiana, me hizo pensar cómo, en el ámbito intelectual, aparecen algunos que tratan de acomodar ciertas tesis o posturas a situaciones en que sencillamente no caben.
Me refiero, en específico, a aquellos que se ven tentados a sostener tesis distintas sobre un mismo punto. Una cosa en el aula, la otra fuera de ella. Si cambian las circunstancias, pretenden encajar la cuestión, como la almohada en el cajón.
Aquí no es válida la excusa de la torpeza, sobre todo, cuando nadie duda de la capacidad intelectual de quien expone la cuestión.
Tampoco es que al académico le esté prohibido cambiar de postura cuando caiga en cuenta de que ha estado en un error. Pero este cambio, que debería tener lugar contadas veces, deberá estar precedido de un solemne y estricto rigor que permita a la comunidad académica conocer de la nueva postura y de los serios motivos del cambio de posición. Sólo así el académico mantendría el respeto de su clase.
Lo dicho hasta aquí permite comprender que a determinadas personas dedicadas a puntuales quehaceres les sea prácticamente imposible conciliar su profesión con la de la academia sin que puedan verse tentados a quebrar el adecuado desempeño que uno u otro ámbito demandan.
Tal es el caso de los abogados que en nuestro quehacer cotidiano nos vemos obligados a defender causas o de los políticos que deben su postura a particulares tendencias muchas veces no conciliables con tesis académicas sostenidas por grandes sabios y que ellos mismos suscriben.
Sería ideal que los profesionales que nos dedicamos a la academia pudiéramos tener ese noble quehacer como único medio de sustento y que no nos veamos necesitados o tentados al pluriempleo que nos llevará, en más de una ocasión, a tener que acomodar la más grande de las almohadas en el más estrecho de los cajones.