Al final de un callejón en el sector La Ciénega, del Distrito Nacional, está ubicada una casita techada con zinc viejo y fundas plásticas para atrapar las goteras que caen del techo cuando llueve. En ese hacinamiento vive una mujer con sus dos hijos enfermos. Bellanira Mora Mateo solo pide un trabajo para subsistir.
La mujer, de 44 años de edad, padece diabetes, presión arterial alta, tiroides y tiene un mioma uterino de 32mg que le provoca un gran abultamiento en su abdomen. A esto se suman los problemas de salud que también padecen sus dos hijos de 18 y 20 años, que tienen problemas mentales y uno tuberculosis además de estar embarazada.
En estas condiciones de salud, Bella, como la conocen en la calle Respaldo Clarín del capitalino sector, lucha día a día para llevar el pan a su casa, y lidiar con la enfermedad de sus dos hijos, cuyos nombres prefiere no revelar por vergüenza
Vive en una sola habitación que dividió con cortinas para hacer una pequeña sala, una habitación y la cocina. Solo tiene un mueble, dos sillas, una nevera y estufa deterioradas. También dos camas, donde duermen ellas y sus hijos.
Cuenta que es madre soltera de cuatro hijos, dos de los cuales desarrollaron problemas mentales desde los 16 años. Su segundo hijo hace crisis y se comporta agresivo, mientras que la tercera, que también padece el mismo trastorno, está embarazada y además está enferma de tuberculosis. Del padre de la criatura de su hija y cómo se embarazó prefiere no hablar.
A pesar de todos estos inconvenientes con los que tiene que lidiar a diario, mantiene el deseo ferviente de trabajar para poder comprar alimentos y medicinas para sus hijos.
“Yo me siento desesperada, cuando esos muchachos se revolotean rompen todo, botan la comida, tiran piedras y hasta me agreden”, dice Bella. Mientras muestra las marcas de las agresiones de sus hijos sus ojos se llenan de lágrimas. Sabe que ellos actúan así producto de su enfermedad.
Dice con voz apagada que ha pasado muchos maltratos, que el padre de sus hijos, del que lleva 10 años separada, la golpeaba con frecuencia y lastimaba sus hijos. “Yo tuve dos ranchos, uno de ellos las monjas me la hicieron de block y el me sacó y lo vendió, el me maltrató mucho”, enfatizó al hablar de su ex pareja, cuyo nombre tampoco reveló.
“Mire usted, por ahí en el CEA estaban vendiendo unos solares y yo fui y compré dos de a RD$500 y los dejé abandonados porque uno a veces ni el pasaje conseguía para ir allá, además me dijeron que esos terrenos eran ajenos y yo no fui más porque yo dije no quiero que me maten por yo estar atrás de un terreno ajeno, me entiende y uno no puede vivir pendiente a lo ajeno”, aducía.
El mayor deseo de Bella es poder vivir en una casa propia, donde pueda tener mejores condiciones para cuidar a sus hijos, pues la casita en donde reside está en muy malas condiciones y tiene que pagar RD$1,500 por su alquiler. No obstante a esto, los dueños se la están pidiendo para arreglarla y subirle el precio.
“Mi hijo mayor no quiere vivir conmigo porque él dice que esta casa se nos va a caer encima”, dijo. “Él me dice mami yo voy a ser profesor para ganar dinero y comprarte una casita para que no pases más trabajos”, agrega con ánimo en la mirada y su voz.
La madre cuenta que para sobrevivir con sus hijos ha tenido que vender ropa de la que la gente le lleva para que se ayude, “tenía una paletera y la quebré porque el dinero que hacia lo tenía que gastar en medicamentos para esos muchachos”.
Dice que ha pedido ayuda y que hasta ahora solo cada dos meses un empleado del Ministerio de Salud Pública le regala una pequeña compra. “El director de salud pública me mandaba una comprita, y ha venido aquí a vernos, pero ahora le da el dinero al padre de la parroquia de aquí para que me la haga, porque a mi hija le daban dos cajas en el dispensario por su enfermedad, pero ella hizo que votaran la doctora, ella agredió a la doctora”.
Cabizbaja dice sentirse triste por ver a su hija así, “ella vive recogiendo platicos rotos en la calle para su bebé bombón”, de este modo han bautizado a la criatura que lleva en su vientre.
Bella dice que ha realizado diversos trabajos y que en una ocasión se levantaba todos los días a las 4:00 de la madrugada para amasar 20 libras de harina para hacer rollos de chorizo. “Yo vendía eso ahí en la escuela Clarín, y cuando me quedaba mercancía yo me iba a las otras dos escuelas de allá afuera y a la canchita para terminar de vender y no se me quedara la venta para el otro día y poder comprar los recaitos y otras cosas para la comida”, relata.
Sentada en una vieja silla remendada dentro de su pequeña sala, cuenta que trabajaba en la zona franca de Las América, de noche y de día para mantener a sus hijos, “soy operaria, yo se coser, soy operaria de maquina industrial”, alega de manera entusiasta y dice que si tuviera una máquina de coser podría trabajar en su casa.
Mientras cuentas las vicisitudes que pasa para sobrevivir, su semblante cambia y de sus labios brota una sonrisa como muestra de esperanza en que algún día todo cambiara para ella y sus hijos y espera que el Gobierno le otorgue al menos la tarjeta Solidaridad.