Cuando el eco de las campanas del Vaticano anuncian la muerte del papa Francisco, de manera inmediata el mundo busca respuestas. ¿Quién toma las riendas en ese limbo entre un pontífice y el siguiente? En ese instante de incertidumbre, una figura es esencial y cobra protagonismo: el camarlengo.

Entre los pliegues de la historia eclesiástica nace el camarlengo como una necesidad, ya que mientras los papas ejercían su poder espiritual, alguien debía velar por los tesoros terrenales de la Iglesia.

Durante la Edad Media, este rol fue cobrando peso. En un primer momento, era el camarlengo, el encargado de gestionar la cámara apostólica, sin embargo, con el paso del tiempo, se convirtió en una figura clave.

Hoy, en pleno siglo XXI, sus funciones están marcadas por la solemnidad del protocolo y la precisión del derecho canónico, pero su poder no radica en el liderazgo espiritual, no predica, no bendice multitudes, no impone dogmas, sino que su responsabilidad es administrativa y simbólica.

Este cardenal es quien se encargará de todo lo que ocurre en el Vaticano durante la muerte de un Papa. El Camarlengo actúa, supervisa, organiza y espera la elección del nuevo Sucesor.

¿Quién es, entonces, el camarlengo?

La figura del Camarlengo tiene su origen en la Edad Media, cuando era necesario administrar el patrimonio de la Iglesia (los llamados “bienes temporales”) de manera continua, incluso durante los periodos de transición papal.

La palabra “camarlengo” proviene del latín camerarius, que significa “oficial de cámara” o “administrador de finanzas”.

En la Edad Media, el camarlengo era una especie de tesorero papal.

Con el tiempo, sus funciones se consolidaron hasta tener un papel clave en el periodo de Sede Vacante.

Este es el tiempo que la Sede Apostólica de Roma está vacía, es decir, sin un Papa.

Durante este período conocido en la Iglesia Católica como sede vacante, el cual culmina con la elección de un nuevo papa.

El gobierno de la iglesia recae en el estadounidense de origen irlandés Kevin Joseph Farrell.

El camarlengo funge como el guardián interino del orden vaticano, con un papel clave en la continuidad de la institución.

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