El emprendimiento transformador de esta mujer educadora logra combinar la pasión y la buena estrategia en el comercio; en Cotuí su nombre es conocido

Victoria Altagracia Vicioso es una vendedora de electrodomésticos, colchas y otros productos por encargo y una visionaria eterna. Maestra de profesión y de “factura cibaeña” esta mujer está acostumbrada a generar sus recursos.

Desde pequeña, en su natal Los Corozos, ya se veía envuelta en el mundo de los negocios, vendía productos que llegaban en la guagua a su comunidad.

Esa chispa comercial que nació en su niñez fue la que la llevó, hace aproximadamente seis o siete años, a tomar más en serio la idea de vender electrodomésticos y productos para el hogar, tal como cuenta ella misma en una entrevista con el periódico elCaribe, sostenida a media mañana.

“A mí siempre me ha gustado el negocio. Desde que yo tenía como ocho o nueve años vendía productos de esos que dejaban en la guagua”, recuerda con una sonrisa. Actualmente vive en Cotuí, provincia Sánchez Ramírez. Rememora que al llegar a la adultez y ser madre de tres hijos, además de maestra de básica en el nivel primario, decidió aprovechar su habilidad para comercializar.

“Empecé vendiendo prendas, primero en la escuela, luego a las maestras, pero después me fui más por lo que eran las cortinas, alfombras, ollas, freidoras de aire, juegos de calderos, y todo lo relacionado al hogar”, explica.

Su método de venta es sencillo y efectivo. Al subir fotos de los productos a su estado de WhatsApp, Victoria va recibiendo pedidos, compra la mercancía por encargo, y la distribuye, ya sea en persona o a través de sus clientes que pasan a recogerla en su casa. Tiene una fama bien ganada, y eso se traduce en resultados para su emprendimiento. “Es más fácil así; compro por encargo y no tengo mercancía parada”, comenta. Con el tiempo, su negocio ha crecido de manera significativa. “Yo le vendo a una persona, pero esa persona tiene amistades que me refieren, y así se va corriendo la voz”, relata. Es el muy famoso modelo conocido en el campo como el “boca a boca”.

El apoyo de su esposo, Ernesto Robles González, ha sido crucial en este camino. A Victoria Altagracia le gusta resaltarlo. “Le agradezco mucho a mi esposo, él siempre está dispuesto a acompañarme a Santiago o a la capital a comprar la mercancía. También me ayuda a llevar los pedidos, es una pieza fundamental en este negocio”, reconoce. Es una señal de gratitud.

Sombrilla económica

Hace algunos años, buscando un empujón económico para expandir su negocio, Victoria se acercó a la Fundación Dominicana de Desarrollo (FDD) gracias a una referencia familiar. “Yo necesitaba 50 mil pesos y le pregunté a un hermano del esposo de una hija mía que trabajaba ahí. Me conecté con Aneudy y desde entonces he seguido trabajando con la FDD, porque me gusta la forma en que me atienden”, sostiene.

De la organización ha aprendido más de lo esperado, desde el manejo de sus finanzas hasta el propio servicio al cliente y la organización de un negocio que, si bien es micro, en término de importancia para ella es bastante significativo.

En su plan de crecimiento, Victoria sueña con abrir una pequeña tienda cuando se pensione de la docencia. “Tengo en mi mente, cuando me retire, abrir un local. Aunque sea pequeño, pero que sea mío”, asegura, y proyecta un futuro en el que su negocio sea aun más estable. A pesar de que su actividad principal de venta se maneja actualmente desde su casa, ella tiene claro que su pasión por el comercio es parte de su identidad y una fuente constante de motivación.

La FDD es una entidad privada y sin fines de lucro, surgió en el 1966, en un ambiente histórico marcado por las tensiones sociales y políticas que caracterizaron la vida dominicana luego de la caída de la dictadura de Trujillo. Su creación fue motivada por la visión de un grupo de exitosos empresarios que formaban parte del núcleo empresarial corporativo, con la sola misión de servir de catalizador del desarrollo del país.

Cuando le preguntan sobre el consejo que daría a otros emprendedores que tienen una idea, pero le falta el dinero para llevar esa idea al terreno de lo concreto, su respuesta es clara: “Siempre digo que hay que moverse, porque si no haces nada, no tienes nada. Las cosas están caras, pero con facilidad de pago se vende. Yo ofrezco esa opción y eso me ayuda a mantener la clientela”, plantea.

Su condición de maestra queda al descubierto en cada expresión que transmite. Es buena para las pláticas y mantiene una hilaridad cual si fuese una de las caligrafías que en sus años de magisterio ha colocado en la pizarra.

Victoria Altagracia ha sido testigo de la evolución del comercio en su comunidad. Lo que antes era un intercambio local de productos básicos, hoy se ha transformado en una red más compleja, impulsada por la tecnología y las redes sociales. Ella misma reconoce cómo el uso de WhatsApp ha revolucionado su forma de vender, y le permite llegar a clientes que jamás habría conocido de otra manera. “A veces uno no se da cuenta de la cantidad de gente que ve tus estados. Me escriben personas que ni sabía que me tenían agregada, y ahí es cuando te das cuenta del alcance que tiene esto”, comenta.

El auge de las plataformas digitales le ha permitido llevar su negocio a un nivel diferente. Pero también –en términos generales, no solo para ella- ha traído nuevos retos. Negocios como el suyo enfrentan una competencia más fuerte, con otros vendedores que ofrecen productos similares en la misma plataforma.

“La competencia siempre está ahí, pero lo importante es ser constante. La gente me compra porque sabe que yo cumplo con lo que ofrezco. No importa lo que pase, siempre busco la forma de conseguirles lo que me piden, y eso crea confianza”, dice, poco antes que concluya la entrevista.

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