La celebración del Día de las Madres se inicia en Grecia donde se consagraba a Rea, diosa madre de Júpiter, Neptuno y Plutón. Los romanos llamaron a esta celebración Hilaria cuando la adquirieron de los griegos, y la honraban el 15 de marzo, en el templo de Cibeles. La cultura mesoamericana, antes de la llegada de los europeos, incluía celebraciones a la maternidad. Los cristianos de la iglesia primitiva transformaron esa celebración a la Diosa Madre en honor a la Virgen María, madre de Jesús.
En el siglo XVII se celebraba en Inglaterra el domingo de las madres, donde los niños acudían a cultos religiosos y luego llevaban a sus casas regalos a sus progenitoras. En Estados Unidos, en 1872, Julia Ward promueve un día especial para celebrarlo y posteriormente Anna Jarvis inicia un movimiento, que fija el segundo domingo de mayo, a partir del 1914. Universal el día, aunque varía según el país. En 1926 Trina de Moya, esposa de Horacio Vásquez, y autora del himno a las madres, junto a Ercilia Pepín, excelsa educadora de Santiago y otros, propulsaron un movimiento para dedicarle un día. Instituido por la ley 370, es el 30 de mayo de ese año, el que corresponde a la primera celebración.
Migajas de amor con que las madres sacian su sed de ternuras, de comprensión, de compañía y de quien quiera escuchar sus historias de vida. Seres que se desgastan por el ejercicio de la maternidad, que nos dan sus pechos, con el torrente de nutrientes y anticuerpos y en el que Dios provee además, el sublime amor materno.
A ti, que me enseñaste el amor y la ternura y me trasmitiste tu pasado infinito. Tú que conocías de antemano mis luchas, secretos, angustias, silencios y para todo tenías el antídoto de las sonrisas que siempre iluminaban tu comprensivo rostro y el corazón dispuesto a la entrega incondicional. La paz y bondad de tu mirada aun iluminan mis pensamientos, como si estuviera en tus benditas entrañas, madriguera protegida donde hiciste mi vida. Madres que enseñan el idioma del alma, lenguaje para comunicarnos con ellas cuando ya no están; vías para transportar lo íntimo que sale de las profundidades, que eternizan el puente de plata entre nuestras existencias. Encendiste mis pensamientos y alejaste el misterio, pintando de sonrisas mi vida, al abrigo de tu protección. Me inyectaste tu inmortal amor, bondad sin límites y perpetuo sentido de servicio y justicia. Con el ejemplo marcaste mi vida y con tu bondadosa filosofía de vida y la honradez, la fidelidad, el compromiso y el trabajo como normas, me contagiaste de justicia. En ti, Isbelia Paulus, madre mía, agradecido las honro a todas.