Otra satisfacción que me ha dado la vida, es mi excelente relación con el sector sindical. Para mi sorpresa, tal vez en un exceso de afecto, mi amigo José Gómez Cerda en una novela que acaba de publicar me califica como empresario bueno, un honor que no merezco. Uno de mis seguidores de Twitter, cuando trataba el tema del caos de Venezuela, decía que eso era una revancha por lo del aumento salarial del 20%. Le agradezco su opinión porque me da la oportunidad de tratar este tema. Gabriel del Río, que me acompaña hoy, conoce muy bien mi posición. Siempre he dicho que tenemos salarios muy bajos, que es una asignatura pendiente que no acepta dilaciones.
Es imposible reducir pobreza con salarios tan bajos en un país que crece a niveles superiores al del resto de Latinoamérica. Incluso, un periodista me cuestionaba si creía en los datos del Banco Central y le decía que entendía que la tasa de crecimiento era aún mayor que la reportada, porque no incluía los ingresos del chantaje periodístico y de ciertos economistas que tiran piedras a techos de vidrio.
Se ha propuesto ahora un aumento del 20%. No dudo que es justo, pero hacerlo en un solo escalón es peligroso porque genera inflación, genera despidos en empresas que no pueden soportar este nivel y aún no hemos resuelto el problema de la enorme carga social que tiene nuestro país, especialmente con las prestaciones sin tope. También le crearía una presión al Gobierno que tiene muchos salarios bajos.
¿Qué hacemos entonces? Seguimos haciendo lo mismo o que se entienda que los argumentos son excusas. No, hay que generar un cambio, no puede ser que importemos más carros de lujo que otros países y exhibamos una bonanza que no resuelve pobreza.
Lleguemos a un acuerdo rápido de hacerlo en dos escalas, resolvamos los problemas de la inútil carga social que no beneficia a nadie y llevemos en el menor plazo posible el salario mínimo a valores que puedan ir permitiendo reducir nuestra marginalidad y nuestra pobreza.
¿Cómo podemos permitir que un 40% de nuestros ciudadanos no tengan un techo digno? ¿Qué les exime de tener un hogar seguro, donde sus hijos puedan estudiar y tener salud? ¿Cómo podemos dormir cuando llueve torrencialmente y sabemos que las pocas pertenencias de una familia se las lleva la lluvia?
El problema de seguridad que vivimos tiene mucho que ver con la marginalidad que viven muchos: hacinamiento, promiscuidad. Somos de los países con mayores tasas de embarazo, consecuencia de esa marginalidad. Nuestras jóvenes se casan o se juntan pretendiendo salir de una marginalidad que luego resulta ser peor.
No podemos seguir así. Hace unos días en un artículo de los que publico semanalmente en el prestigioso diario elCaribe decía, refiriéndome a la globalización que: “había que repensar el sistema, porque sin dudas estaba generando mayores diferencias entre los países desarrollados y los en vías de desarrollo”. También ha llegado el momento de repensar nuestro país, una ley de partidos que no acaba de aprobarse, una ley que proteja la vida desde la concepción, pero más que eso, cumplir con las leyes que en eso somos indolentes.
A los jóvenes que le den un uso positivo a las redes, aprovechen la comunicación horizontal para crear valores. Entiendo sus frustraciones al ver las desigualdades, pero no es con insultos que las resolvemos, es con trabajo, es exigiendo con respeto que las cosas cambien para mejorar.
Sé que muchas veces, mantener ciertos criterios y la coherencia es difícil, pero siempre recuerdo lo que decía Mandela: “No me preocupan los gritos de los delincuentes, de la gente sin escrúpulos, de los deshonestos, más me preocupa el silencio de los buenos”.
Quiero terminar con algo precioso que alguien me hizo llegar en las redes, de su Santidad Francisco I, que dijo: “El ser humano es extraño, pelea con los vivos y lleva flores a los muertos, lanza a los vivos a la cuneta y pide un buen lugar para los muertos, se aparta de los vivos y se aferra desesperadamente cuando mueren, pasa años sin hablar a los vivos pero tienen todo el tiempo del día para ir al entierro de los muertos. Critica, habla mal y ofende a los vivos, pero los santifica cuando mueren. No hay energía, no hay abrazo para los vivos, pero sí se autoflagelan cuando mueren. A los ojos del hombre ciego, el valor del ser humano está en su muerte y no en su vida. Es bueno repensar esto, mientras estamos vivos”.
Finalmente, para mí, el éxito, ya que me han puesto hablar sobre esto, será si al final de mi vida, que será en muchos años, si Dios quiere, porque por ahora no se libran de mí, es tener una familia unida, que todos participemos en mejorar las iniquidades de nuestra sociedad y que nuestro humilde aporte sea para ayudar a construir una República Dominicana mejor, porque sin duda ¡SÍ SE PUEDE!