Hace días me encontré con Zutano, un personaje que hace años tuvo mucho poder, fama y gloria. Se consideraba el centro de atracción. La gente lo buscaba para pedir favores. Su foto era común en los medios de comunicación. Se permitía el lujo de tomar lo ajeno, derrochar dinero, ofender a los demás y no cumplir su palabra.

En aquel entonces caminaba con su pecho erguido, y sobresalían sus gestos ficticios, delirios de grandeza, abrazos demagógicos, sonrisas ensayadas, adornos en las manos y uñas arregladas; en su oficina tenía libros que no leía e imágenes religiosas en el escritorio; por igual, administraba silencios oportunos para desviar su ignorancia y pensamientos y acciones concentrados exclusivamente en la defensa de sus intereses.

Pero ahora estaba cabizbajo, triste, sin gracia, solo, con la conciencia marchita. Hasta su sombra le huía. Nunca comprendió que la ambición es como el fuego y algunos no saben escapar a tiempo; al contrario, mientras consideran que lo caliente empapa sus bolsillos, más se creen que lo ardiente les hace bien, sin comprender que están a punto de morir achicharrados.

Todo poder es temporal, no importa su dimensión, tiempo o espacio. Hay personas que tienen amigos hasta que llegan a la cima y una vez allí, en un santiamén, se olvidan de sus orígenes, de su entorno y, lo más importante, desconocen dos palabras vitales: ¡responsabilidad y honor! ¡Pobrecitos! ¡No saben que su destino está marcado por la infelicidad!

La esencia de cada mortal brota cuando somos dueños de cosas materialmente valiosas, guiamos destinos e intentamos mantener, conquistar o imponer nuestra voluntad alimentándonos de aplausos, recursos y prensa. Aquí se determina para qué somos capaces. Así las cosas, es común descarrilarnos si nos creemos los protagonistas del universo, si solo escuchamos a los que son incapaces de contradecirnos; y así, sin arte de magia porque es predecible, se destruye nuestro discernimiento.

Traté a varios políticos que entendían que jamás descenderían de sus altares y juraban que allí eran Dios. Resultado: caídas estrepitosas, soledades dolorosas y descrédito inmisericorde. Por ello, trabajemos con humildad, cumplamos nuestro deber desde cualquier lugar en que estemos, sea nuestra misión pequeña, mediana o grande. Dejemos allí huellas positivas. Nuestro accionar ha de ser modelo de honestidad, eficiencia y servicio al prójimo.

Poder, fama y gloria son palabras traicioneras, nos hacen subir montañas, pero también caernos de golpe si nuestras alas no tienen la fortaleza necesaria ni la experiencia imprescindible cuando volamos en los turbulentos cielos. Lo de Zutano es un reflejo para los políticos de siempre, de todos los partidos e ideologías. Por suerte, hay muchos excelentes servidores en el sector público, antes y ahora. A ellos mis respetos.

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