Hay momentos en la vida en los que el peso de lo cotidiano, las dudas y los cambios nos hacen sentir perdidos. Es como si el camino que habíamos estado siguiendo desapareciera frente a nuestros ojos, y dejara solo una niebla espesa y el eco de preguntas sin respuesta. En esos momentos de desorientación, el instinto nos empuja a buscar algo fuera de nosotros: una señal, una guía, una solución inmediata. Pero, ¿y si el verdadero camino no está afuera, sino dentro de las cosas que amamos?

Estar perdido no significa que estés vacío. Muy por el contrario, significa que llevas tanto dentro de ti que has olvidado cómo ordenarlo.

Es como un cuarto lleno de cajas que, al abrirse todas de golpe, te abruman. En esos momentos, las cosas que amas —esas que quizá has descuidado— se convierten en pequeñas luces, recordatorios de quién eres y de lo que te sostiene.

Piensa en un instante de tranquilidad: el olor del café recién hecho en la mañana, el sonido de las olas rompiendo en la orilla, o la sensación de una página de libro deslizándose bajo tus dedos. Cada una de esas experiencias guarda un fragmento de ti. No son solo momentos fugaces; son anclas a tu esencia.

Cuando te detienes a observarlas, a experimentarlas sin prisas, comienzas a descubrir que nunca estuviste realmente perdido. Solo necesitabas recordar.

Las cosas que amas —pintar, escribir, cocinar, caminar al atardecer— no te “rescatan” del vacío. Ellas te recuerdan lo que ya está ahí. En cada pincelada que das, en cada palabra que escribes, en cada conversación auténtica que tienes, te reconstruyes. Y lo más hermoso es que no necesitas apresurarte.

Encontrarte no es un destino; es un proceso que ocurre mientras eliges estar presente en aquello que te hace vibrar.

A menudo, buscamos respuestas definitivas. Queremos que alguien nos diga qué hacer o cómo salir del caos. Pienso que el secreto está en soltar esa necesidad de control y permitirte simplemente ser.

Tomar ese libro que hace tiempo dejaste a medias, escuchar esa canción que hace años no tocabas, preparar esa receta que te conecta con un recuerdo feliz. Son esas pequeñas acciones las que comienzan a delinear el mapa hacia ti mismo.

Sentirse perdido no es el final, es solo una pausa. Es el momento en que tu alma necesita para reajustarse, para escucharte de nuevo. Y cuando te detienes a buscar en las cosas que amas, el camino empieza a aparecer, no como un golpe de iluminación, sino como una suave certeza: el hogar que buscas siempre estuvo contigo.

Al final, reencontrarte no es descubrir algo nuevo, sino recordar que nunca dejaste de ser tú. Solo olvidaste mirar las pequeñas luces que te guían, las que siempre brillan en lo que amas. Ahí, en esos detalles, siempre encontrarás el camino de regreso.

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