Cuando el camino termina, solo quedan dos opciones: devolverse o crear nuevos senderos. Al tocar fondo, lo único posible es salir a flote porque, al llegar al más bajo nivel, subir es lo único que puede quedar para un nuevo comienzo, más sabios, más cautelosos y de seguro, con mayor experiencia. Las tragedias no necesariamente nos hacen más fuertes, talvez más conscientes de que la existencia tiene una fecha de caducidad que se agota en el momento más inesperado. Es en ese instante en el que todo adquiere su justa dimensión, que lo que ocupaba nuestra atención y era motivo de preocupación se vuelve banal para colocarse en un segundo plano y así entender, aunque fuera tardíamente, que eran otras las prioridades y que se ha perdido un espacio existencial valioso en situaciones que no lo merecían o en tormentos innecesarios; lo antes enorme se hace pequeño, si la perspectiva cambia y se le observa desde otro plano.
En momentos de grandes desgracias es que se atina entender que los problemas tarde temprano tienen solución, aunque unos lleven más tiempo que otros y los resultados no fueran los mismos que hubiéramos querido. Esa debacle económica no nos hará desaparecer del mapa, pero si recolocarnos en otro nivel distinto al anterior con una humildad de la que carecíamos para retar nuestra resistencia a lo nuevo. Discusiones que, vistas desde otro ángulo en la distancia y comparándolas con hechos graves, aparentan ridículas e intrascendentes. Ambiciones a las que nos aferramos que no se lograron porque no era nuestro momento o no estaba para nosotros alcanzarlas, quizá porque no estuviéramos preparados para asumirlas y los planes de Dios con nosotros son mejores porque sus decisiones son las acertadas y sus tiempos perfectos.
La consigna es avanzar, no detenerse, luchar mientras queden fuerzas, pero moverse, aun fuera en direcciones erradas porque esas mismas nos harán comprender cuál es la ruta correcta. Agradecer por lo que se tiene después de llorar por lo perdido. Seguir, evolucionar, transitar hasta que llegue el final y nos toquen la campanada que anuncie el final de la jornada en esta tierra, talvez no nos encuentre preparados porque para eso no hay ensayos posibles, pero, al menos, satisfechos de lo que hemos sembrado y dejado atrás por tener la seguridad de que permanecerá cuando nos toque despedirnos para que, entonces, sean otros los que recojan la cosecha.