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Para muchos el anuncio del retiro del proyecto de ley de modernización fiscal fue motivo de júbilo, al fin y al cabo, habían pedido pública y privadamente que esto se hiciera, y aunque por años se ha clamado por una reforma fiscal integral la realidad es que pocos están dispuestos a asumirla. Para otros, que también lo habían solicitado y que apostaron a redituar capital político de la discusión de la reforma que ellos mismos habían admitido era necesaria, la rapidez y firmeza del retiro les cambió los planes, pues jugaron a deteriorar la imagen del presidente a cacerolazos limpios, y terminaron brindándole la ocasión de mostrar su capacidad de escuchar la voluntad del pueblo.

Y precisamente ese pueblo que oportunistamente algunos expresaban defender es el más perjudicado por el retiro de dicha reforma, porque era el gran beneficiario de las inversiones que se harían con los ingresos fiscales proyectados, y las probabilidades de que en una discusión sensata se modificaran los aspectos que perjudicaban a la población más desposeída eran muy altas, así como eran bajas las de que aspectos fundamentales de esta no fueran modificados no solo porque hace años que se sabe que deben serlo, sino porque la resistencia al cambio carece en algunos casos de argumentos demostrables y han quedado al descubierto muchos mitos y falsedades.

A simple vista parecería que con el retiro ganaron más los que más tienen, sin embargo estos son los que más perderían si el país no logra asegurar un desarrollo sostenible, un equilibrio fiscal y si el Gobierno no tiene la capacidad para realizar las inversiones en obras viales, de transporte público y otras necesarias para aumentar la calidad de vida de la población, sobre todo la más vulnerable, así como de destinar los recursos necesarios para mejorar servicios públicos fundamentales como la salud, la educación, y los servicios que deben dar unas alcaldías que apenas tienen fondos para recolectar la basura; pues eso solo sirve para ahondar las diferencias, para afectar la gobernabilidad y la paz social, y para aumentar las probabilidades de que discursos populistas de falsos mesías calen, y sobran inquietantes ejemplos en nuestra región.

Dicen los Evangelios: “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá”, lo que en la vida terrenal en países como el nuestro generalmente no es el caso, y aunque existan razones justificadas para resistirse a contribuir más porque hay grandes fallas en la calidad del gasto público, hay muestras fehacientes de corrupción, y existe una informalidad grosera que burla el pago de los tributos, así como evasión y elusión de algunos que están en el sistema, pensar que todo eso tiene que ser corregido previamente para luego concederle el derecho al Estado de aumentar sus ingresos es no solo utópico sino también corto de visión, pues equivale a entramparse en si fue primero el huevo o la gallina, y debemos entender que exigiremos más en la medida que demos más, y solo habrá más equidad tributaria si logramos ir cerrando los nichos que son el caldo de cultivo para que florezca la inequidad.

Mientras algunos se frotan las manos pensando que lograron salir ilesos, otros intentan convencer de que celebran la retirada, pero que están dispuestos a dialogar pues la reforma es necesaria, y otros reivindican que con sus acciones “salvaron” al pueblo de ese golpe, lo racional sería que conscientes de la necesidad aunemos esfuerzos para hacer bien y oportunamente hoy, lo que mañana una crisis pudiera obligarnos a realizar con resultados menos halagüeños.

La gran pregunta es si los que levantaron sus voces para atacar la reforma y para incendiar las redes y provocar un ambiente hostil, estarán dispuestos a levantar las manos para presentar propuestas alternativas, pues siempre es más fácil criticar, encontrar supuestas soluciones a problemas ancestrales difíciles de resolver y pensar que una varita mágica los remediará, que asumir que esto requiere un sacrificio colectivo. El retiro de la reforma que muchos proclaman como una batalla ganada por el pueblo de no ser seguido de un reclamo firme de discutir cuál debe ser la reforma que más favorezca al país y, de hacerse realidad por el contrario su entierro definitivo, sería una victoria pírrica de daños devastadores que se convertiría en la derrota de todos.

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