Varios países de la región están atrapados en situaciones de crisis que van más allá de la pandemia y cuyas responsabilidades recaen eminentemente en sus mandatarios. En algunos casos hay pasmosas similitudes como en Venezuela y Cuba, ambos presididos por hombres entregados a los intentos de imitar al anterior pero sin éxito, pues aún con los mismos dotes de tirano les falta capacidad, talento e inteligencia y les sobran unos cuantos trastornos.
El modelo que ha impuesto Nicolás Maduro no sólo es obsoleto y, como en Cuba, ha fallado en todos los lugares donde ha sido probado, sino que además para cualquiera con un poco de juicio es fácil predecir que es una bomba de tiempo que conducirá a situaciones aún más graves que las que han ocurrido pues conlleva un extremo atentado a las libertades que no es sostenible en el tiempo.
Por igual en Cuba, los eventos de estos últimos días son tristes pero no sorprendentes. Constituyen un capítulo esperado de un libro lleno de intolerancia, dictadura, falta de alimentos y productos básicos, censura y, entre tantas otras cosas, violación de derechos humanos. Se trata de la consecuencia lógica de un Gobierno encabezado por alguien que no entiende lo que es ser un mandatario y que al pueblo que es el soberano se le representa, no se le abusa.
La promulgación de leyes ilegítimas, las detenciones arbitrarias, la imposición de un irracional control de precios, la inflación, la escasez de bienes prioritarios como leche o papel higiénico y mucho más, llevan a unas inevitables preguntas: ¿Qué esperaban de los venezolanos? ¿Qué esperaban de los cubanos? ¿La resignación eterna a una vida de injusticias?
Ciertamente la violencia no debe ser la primera solución a un problema, pero el “está bueno ya” de los que protestan es más que entendible y probablemente se extienda por mucho tiempo, por lo que resulta urgente que, ante pueblos cansados y Gobiernos que responden con represión, la comunidad internacional intervenga de una forma más activa y contundente.
La ONU, la Unión Europea, grupos de prestigio como Human Rights Watch y países particulares como Estados Unidos deben aliarse para respaldar a países maltratados que no tienen cómo defenderse de sus verdugos e impulsar la salida del poder, de una vez y para siempre, de quiénes han sido causa eficiente del problema.