Navidad es el tiempo que nos encuentra. Nos encuentra con lo que hemos hecho y con lo que no logramos. Nos encuentra con las manos vacías o con el corazón lleno. Es el espejo donde miramos lo que hemos sido durante el año y el umbral donde soñamos lo que podemos ser.

Es una época de contradicciones: la alegría de las luces que se encienden en las calles y la sombra de las ausencias en los hogares. Es la risa de los niños con sus regalos y el silencio por quien falta. También es la esperanza de una segunda oportunidad.

Es, también, época de urgencias: compras que hacer, cenas que preparar. Pero la verdadera urgencia de la Navidad no está en lo que compramos, sino en lo que compartimos. Porque las cosas materiales pueden llenar un espacio, pero la solidaridad llena la existencia. Del verdadero regalo, lo que importa es el gesto. Un abrazo, una sonrisa, una llamada, una buena canción, un instante compartido.

La esencia de este tiempo no está en lo visible, sino en lo invisible: en la bondad que damos, en la esperanza que transmitimos, en el perdón que otorgamos. Lo que damos, recibiremos.

Hoy necesitamos eso que podemos llamar espíritu navideño. En un mundo de prisas, de tecnología y desencuentros, la Navidad nos invita a detenernos. A dejar por un momento el celular, a mirar a los ojos, a tender la mano, a prestar atención y tener una pausa en un tiempo que parece no querer detenerse. La Navidad es la pausa necesaria para encontrar la quietud y reflexionar sobre lo que realmente importa.

¿Quién no siente cierta nostalgia en estas fechas? Es como si el corazón viajara al pasado en busca de los momentos que nos definieron. Algunos, podrían sentirse identificados con la canción del Buki, que dice: “Llega Navidad y yo sin ti// En esta soledad// Recuerdo el día en que te perdí.” Otros, alegres, piensan en lo bello del momento de unidad familiar, de paz y sosiego. Unos lo tienen todo, otros no tienen nada o han perdido algo. La Navidad se convierte entonces en una memoria viva de lo que fue y de lo que pudo ser, un recordatorio de que el amor es el mayor regalo que podemos dar.

Tal vez, en medio de las fiestas, de la música, olvidamos que la Navidad es también una oportunidad para reconciliarnos con nosotros mismos. Esa es, al final, su mayor lección: aprender a vernos con ojos nuevos, para poder luchar y resistir en el nuevo año. Que el verdadero significado de la Navidad no sea una fecha en el calendario, sino un estado de ánimo que nos transforme durante todo el año y que nos impulse a ser mejores.

Que esta Navidad nos encuentre llenos de humanidad, de sueños renovados y de abrazos auténticos. Porque la Navidad, más allá de los adornos, se mide por lo que dejamos en el corazón de quienes nos rodean.

¡He dicho!

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