A nadie ha tomado por sorpresa la declaración de la Cancillería dominicana llamando a boicotear la toma de posesión, este 5 de enero en Venezuela, de la nueva Asamblea Nacional, cuyos miembros resultaron electos en las recientes elecciones parlamentarias.
Se trata de un acto despreciable, pero no por ello sorprendente. Es la patética manera en que el canciller Roberto Álvarez demuestra al Departamento de Estado norteamericano, una vez más, que es un empleado obediente y un dócil eco de sus políticas, no importa si estas sean injustas, contrarias al Derecho Internacional e injerencistas.
Mueve a risa, y a la vez es triste, que la Cancillería dominicana no sea capaz de fundamentar, con mediana inteligencia, su posición ante un tema tan importante de política exterior como este. Mueve a risa, y es muy triste, que la declaración vaya enfilada a intentar apuntalar a un personaje tan desacreditado como es el señor Guaidó, corrupto, violento y traidor a su pueblo, al que ningún organismo de la ONU reconoce, como tampoco lo hace la inmensa mayoría de las naciones que forman la comunidad internacional.
Hablemos claro: es un servilismo anacrónico lo que mueve al canciller dominicano al arrastrar al gobierno y al país hacia posiciones agresivas contra la hermana República Bolivariana de Venezuela que no benefician a la nación, y que no cuentan, ni de lejos, con el apoyo de su pueblo. La declaración, a pesar de los intentos de su promotor, es vergonzante, no convincente, desangelada y como de puro trámite, como cuando algo se hace para marcar la tarjeta ante el jefe. Dudamos que el mismo canciller crea en este texto mal redactado y de estilo descuidado, que se limita a repetir lugares comunes de la propaganda yanqui, sin aportar prueba alguna.
Por demás, la declaración hace un llamado a un diálogo nacional entre las partes en conflicto en Venezuela. ¿Sabrá el canciller que ese diálogo ya tuvo lugar en la sede de la misma cancillería desde la que lanza al mundo estos infundios, y que fracasó cuando la oposición, cumpliendo órdenes de su mismo jefe, recibió la orden de no concurrir al acto de firma del acuerdo ya pactado?
¿Tendrá este mismo canciller valor y entereza moral para repudiar la guerra y el bloqueo implacable del gobierno norteamericano contra el pueblo de Venezuela y el saqueo descarado de sus fondos? ¿Será capaz de condenar las acciones encubiertas desestabilizadoras contra el gobierno bolivariano, que incluyen atentados, sabotajes, intentos de golpe de Estado y planes de magnicidio?
La Cancillería dominicana sigue su guerra particular contra el prestigio de la nación, contra las tradicionales relaciones de hermandad y respeto que siempre han caracterizado las relaciones de República Dominicana con el resto de las naciones hermanas de América Latina y el Caribe. Por supuesto que está condenada al fracaso, al repudio y al olvido.
Su más reciente declaración sobre la Asamblea Nacional de Venezuela, es un peldaño más en un descenso inevitable hacia el fracaso y el ridículo.