Soy católico, pero de igual manera haría este artículo si la desconsideración hubiese sido en contra del islamismo, judaísmo, hinduismo, budismo, confucianismo, taoísmo, sijismo, brahmanismo o el jainismo. A esto se agrega que soy ferviente seguidor de la filosofía olímpica, la que asumo más allá de lo deportivo, pues se trata de excelencia, amistad y respeto; además, buen ejemplo, valorando la ética.
Los principios del movimiento olímpico son: la no discriminación, sustentabilidad, humanismo, universalidad, solidaridad y alianza entre el deporte la educación y la cultura. Me enfocaré en la “no discriminación”, que implica, como es de entender, credo, raza e ideologías, entre otros aspectos.
Lo ocurrido en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024 fue un cobarde intento de atropello a los cristianos del mundo y a todos aquellos, religiosos o no, que tienen como norma el respeto a las diferencias accidentales entre los seres humanos. Se mofaron de Jesús, de los apóstoles y de todo lo que ello representa, tergiversando torpemente la pintura mural “La última cena” del genio Leonardo da Vinci. ¡No! ¡No!
Este bochornoso episodio viola flagrantemente principios esenciales del deporte olímpico e incluso la Carta Universal de los Derechos Humanos, sin negar que fue un acto absurdo, sin sentido común, instigado por una libertad mal concebida, donde se jura que para promover ideas hay que humillar a quienes no las comparten.
Lo que debió ser una celebración de paz, armonía, fraternidad entre los pueblos, se convirtió en enfrentamiento y división más allá del ámbito deportivo. Los resultados están ahí: cientos de millones de personas ofendidas. Esperamos que al final de los juegos el Comité Olímpico Internacional aplique las sanciones correspondientes, sin miedo, como debe ser, porque fue una burla olímpica.
¿Qué pensaría Pierre de Coubertin, fundador del movimiento olímpico moderno si hubiese observado aquello? Coubertin afirmaba que por medio del deporte el mundo podía ser cada vez mejor, fomentando la amistad, el compañerismo y el juego limpio, ayudando a unir a las comunidades, deteniendo guerras y promoviendo competiciones saludables libres de trampas y discriminación. Imaginen entonces.
Mahatma Gandhi decía: “No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro una mejor. El amor empuja a tener, hacia la fe de los demás, el mismo respeto que se tiene por la propia”. Esto se traduce en que si quieres que respeten tus ideas, empieza por respetar las del prójimo.
Reflexión final: “Estamos en una época donde algunos entienden que la tolerancia es de una vía y que todo aquel que razona diferente está lleno de odios y prejuicios, cuando la realidad es que, resaltando que no son mayoría, quienes tienen odios y prejuicios son ellos mismos”.