Las organizaciones sindicales acaban de celebrar esta semana un nuevo 1 de Mayo, el Día Internacional del Trabajo, y lo hacen en un momento crítico de debilidad, falta de pujanza y acomodamiento a la situación imperante.
Lejos han quedado los días de aquel movimiento obrero que se manifestaba en las calles, que reclamaba en los foros nuevos derechos para los trabajadores y que se mostraba rebelde y contestario con el poder.
Desde luego, hay que entender el fenómeno. Las organizaciones sindicales fueron una respuesta al nacimiento, desarrollo y explotación de la sociedad industrial, que desde sus primeros años de existencia sometió al asalariado a las más crueles condiciones de vida y de trabajo. Jornadas extenuantes, sin distinción entre el día y la noche; condiciones deplorables de higiene y seguridad; salarios irrisorios y ausencia de toda protección.
El sindicato fue el producto de esa fábrica, en donde se agolpaban decenas y hasta ciento de trabajadores que impulsados por la solidaridad del compañerismo y de su desgracia comenzaron a organizarse para reclamar por las buenas o por las malas un mejoramiento en la prestación de sus servicios. Y ese sindicato original quiso dialogar y fue reprimido, sus miembros echados a la calle y perseguidos judicialmente porque en un principio, el poder político, en connivencia con el nuevo empresario prohibió y castigó al sindicalismo.
En la República Dominicana, aún en los años sesenta del pasado siglo, y a causa de su débil y escasa industrialización, los trabajadores manuales se organizaban en gremios que se agrupaban por el oficio que desempeñaban sus afiliados. Así se conocían los gremios de obreros portuarios, de tabaqueros, choferes, albañiles, carpinteros, pintores, y un largo etcétera. Más que asociaciones de lucha eran sociedades mutualistas en que sus miembros se agrupaban con la finalidad de socorrerse mutuamente.
El panorama solo vendría a cambiar después de decapitada la tiranía en 1961, cuando la libertad y el desarrollo industrial condujeron a la expansión de los sindicatos de empresa, tal como los conocemos en la actualidad. Fue una verdadera eclosión, con un liderazgo aguerrido que conquistó derechos mejores o no contemplados en el Código de Trabajo de 1951. Hubo entonces una intensa negociación colectiva y pactos suscritos entre sindicatos y empresarios, y cuando convenir se hizo imposible se recurrió a la huelga, a veces con éxito y otras, con fracaso, pero allí estaba levantando sus banderas de lucha la dirigencia sindical.
La represalia gubernamental, por un lado, y la constante amenaza del despido empresarial terminaron por morigerar la maduración de ese movimiento en permanente crecimiento que, para los años 80 ya no mostraba el dinamismo de sus años anteriores. No obstante, a pesar de su debilidad y fraccionamiento pudo festejar con júbilo la aprobación de un nuevo Código de Trabajo en 1992, que gracias a coyunturas excepcionales le permitió mejorar las conquistas de su clase.
La industrialización ha seguido avanzando en el país y el movimiento sindical mantiene inalterable la estructura con que surgió en los años de 1960, esto es, el sindicato de empresa, circunscrito y encerrado dentro del establecimiento, sin darse cuenta de que, desde el pasado siglo en los países desarrollados se superó esa etapa y el sindicato se organiza por rama industrial, mucho más potente y poderoso que el encerrado en una empresa.
Son numerosas las empresas de zonas francas, las telefónicas y de comunicaciones, las textiles, las de transporte, las de servicios, para solo mencionar algunas, y aún nuestros dirigentes sindicales no se animan a constituir en ellas un solo sindicato para el conjunto de esas empresas. ¡Cuán diferente sería el movimiento sindical! Lamentablemente, su dirigencia sigue atrapada en el pasado, prefiere liderar un pequeño sindicato de empresa que ser un miembro más del sindicato de rama industrial.
La inquietud que nos asalta es si ya no será muy tarde para superar la situación, pues en los últimos años el mundo se ha transformado como consecuencia del crecimiento impresionante de la tecnología y la creación de la inteligencia artificial. La empresa lo ha comprendido y su metamorfosis es evidente: se fracciona, genera pequeños núcleos que giran como satélites en torno al establecimiento principal, se tecnifica y comienza a prescindir cada día más de operarios.
El mundo digital ha llegado y el sindicato no ha sido capaz de reinventarse y de generar nuevas técnicas que le permitan subsistir. No quisiéramos ser pesimista, pero es necesario que el sindicalismo actual, y muy especialmente nuestros líderes, con el mismo vigor que emprendieron las heroicas luchas del pasado siglo, se dispongan con ingenio y valentía a enfrentar los nuevos retos, y para ello es indispensable dejar atrás personalismo y egoísmo. De lo contrario, mucho me temo que muy pronto comencemos a transitar por senderos en que languidecerá la justicia social.
Es el mejor homenaje que un servidor del sindicalismo dominicano puede rendir hoy a nuestro movimiento obrero.