Todos saben que mentir es un hábito en él. Tanto que se atreve asegurar que por las cañerías de su departamento corre petróleo y no agua. Así de sencillo. Una ostensible mentira, comprobable por la simple imaginación de quien recibe la noticia, a él le parece verdad de perogrullo.
Eso de mentir se ha convertido en algo tan natural que no le molesta, pues por su cabeza no le pasa ni cerca la idea de que está haciendo algo malo.
Bajo esa premisa, promete a muchos soluciones imposibles e inalcanzables. Da por sentado que el problema del amigo está pronto a resolverse cuando, en realidad, apenas inicia.
Por su costumbre, asegura que el Rey Midas le ha regalado su sentido del tacto y, por eso, convierte en oro lo que toca.
Al tomar vino dice, que ha escogido esa marca, porque le fue recomendada en sueños por el propio Vaco.
Su naturaleza le permite afirmar, sin ninguna clase de rubor, haber estudiado profundamente la literatura universal y que eso le llevó a descubrir que no fue Cervantes quien escribió el Quijote sino Platón.
Cualquier rutinaria conversación, por vanal que sea, debe contener alguna mentirilla, aunque sea piadosa. Nada puede ser verdad plena, en nuestro personaje eso es contra natura.
A los demás sus mentiras le divierten. Lo conocen mentiroso y así lo aprecian, pues aseguran que también es noble y no es capaz de dañar a alguien, al menos de manera consciente.
De esta forma, todos los que le rodean, se hacen cómplices de sus falacias.
Mentirosos por omisión o por exceso de afecto.
Mitómanos por antonomasia. Yo conozco algunos, ¿y usted?. Ponga a rodar su memoria y de seguro encontrará alguno.
Eso sí ¡Manténgase alerta! No se atreva a dormir mientras éste vele su sueño. No vaya a ser cosa que ese día venga el lobo y usted, confiado de conocer su mañosa costumbre, no se fíe del aviso y permanezca dormido hasta ser devorado por la fiera.
Ese es el riesgo de quien tiene en su círculo cercano a un mentiroso impenitente.