Uno podrá estar de acuerdo o no con la actual procuradora Mirian Germán Brito, y si debió o no aceptar el cargo en la coyuntura sociopolítica que lo aceptó; pero no de su trayectoria y reciedumbre ética-moral en el sistema judicial, a pesar del ariete sistema de colindancias políticas-empresariales, pues ha sabido administrar justicia y sentar precedentes y ha sido una suerte de excepción y calificación. Quizá habrá cometido errores -tal vez-, pero, ¿quién no?
Y la carta suya que se filtró dirigida a fiscales, es un decálogo para el ejercicio de una función pública que demanda equilibrio, prudencia y sustentación inobjetable; y para ello, como en ella se enfatiza, hay que aceptar críticas, pero, sobre todo, estar lejos del flash o del show mediático de intereses políticos o de ajusta cuentas. Por ello, en el fondo y desde nuestro punto de vista, su carta es un auto-descargo para la historia que solo el tiempo despejará la distancia que marcó.
Porque no es aconsejable, en un fiscal o juez, el mucho exhibirse o sobregirarse ante cámaras y micrófonos cuando puede ser escueto; o mejor, dejar que expedientes, pruebas y debido proceso hablen y, en consecuencia, dejar al juez la última palabra, pues será este último quien dirá el tipo de justicia que se administra y prevalece. La del fiscal es la voz de la sociedad que se expresa en instancias, expedientes, apelaciones y procurar, en todo caso, la sanción; pero jamás puede ser la voz mediática o ente cuasi político, pues desvirtúa su función y delata un interés más allá del fin último de su misión: resarcir a la sociedad del delito, crimen o hurto de los bienes públicos.
Creo, fielmente, que la procuradora, quisiera estar lejos del flash mediático y de la madeja política de un tinglado o edificio -“sistema de justicia”- demasiado complejo y de muchas puertas; o más kafkiano, del laberinto y arquitecto que maquinó y diseñó su entramado actual. Ella, con su carta, ha querido tomar distancia. Y me parece que lo ha logrado.
Y el ejemplo hemisférico más patético y aleccionador, de ejercer justicia bajo sesgos o prejuicios, es el del juez Sergio Moro y cómo terminó. Mirarse en ese espejo debería ser materia pendiente. Porque justicia, intereses y política, por estos lares, casi siempre andan juntas o no tan lejos. Y de ese subdesarrollo político-institucional-cultural no saldremos hasta no zanjar un pacto o raya de Pizarro en materia de corrupción pública-privada. Lo demás, es cuento de camino, y si algo serio y esperanzador; aunque en solitario, ha habido es la referida carta de la procuradora.
Sin embargo, en nuestra Latinoamérica, no se sabe sobre la dimensión real de la corrupción pública-privada de ninguna gestión de gobierno en ejercicio (por ello, quizás, el estribillo “…el gobierno más corrupto”), sin excepción. En consecuencia, una de dos: o zanjamos un pacto sociopolítico al respecto, o seguimos la noria histórica de retaliación en retaliación política (!Nada nuevo!). Pero, ¿qué gana el país?