Por décadas, el país soñó con un líder-estadista que trazara una raya de Pizarro. Que rompiera, en el ejercicio del poder, no en discursos, mítines ni enarbolando principios y valores democráticos -de la boca para afuera- en increíbles alharacas callejeras, con la herencia histórica-cultural del caudillismo y el continuismo desmedido. Bueno, ese líder-estadista, ya lo tiene y aunque, de seguro, el trance decisorio no fue fácil, nadie puede regatear que no estuvo a la altura, justamente en el trayecto donde se separan los hombres públicos que trascienden -con una impronta- de aquellos que, simplemente, acumulan preseas y baratijas en descenso estrepitoso.
Hoy -quien escribe-, se siente satisfecho e identificado, ¡más que nunca!, con un líder y estadista de su dimensión, temple y determinación que supo encarar la agenda social histórica acumulada desde una visión programática y poniendo al ciudadano de a pie, excluido y marginado, en el centro mismo de la gestión pública. Ese precedente histórico, solo Juan Bosch en su efímero gobierno -1963- lo tanteó; pero Danilo Medina lo hizo realidad y puente cotidiano, borrando y haciendo añico-trizas, sin que casi nos diéramos cuenta, dos símbolos o barreras infranqueables entre gobernante y gobernados: la silla presidencial -que debió quedar enmohecida en algún almacén palaciego- y el trato, solidario y de primera mano, con que cada semana se envuelve y confunde con humildes y laboriosos ciudadanos de toda la geografía nacional bajo el predicamento filosófico “…tengo que llegar a ellos, porque ellos no pueden llegar a mi porque no tienen padrinos…”, o cuando les dijo en sencilla pero profunda motivación “Ustedes son los que tienen que levantar vuelo y volar alto. Porque mientras estén volando bajito les van a tirar a matar”. Y quien más que él para decírselo que, desde un tiempo -hasta su memorable discurso-, vivió entre Tirios y Troyanos, y bajo el asedio, innecesario, de un escenario de agitación sociopolítica-electoral -disfrazada de lucha cívica-ciudadana- que ojalá, como dice el refrán, no nos cueste, internamente, más “… la sal que el chivo”.
Pero no sólo ha sido que el Presidente Danilo Medina, rompió con varios mitos o liturgias del poder, sino que, a pesar de acusarlo de prefigurar lo peor “…del siglo XXI”, curiosamente, ha terminado, en cierta forma, exorcizando el fantasma de la reelección y poniendo en evidencia el afán continuista de sus adversarios. Porque en ello confluyeron, por mas disimulo y coincidencias extrañas…
En fin, que el país ha ganado un estadista y toca ahora a la JCE hacer valer y respetar las leyes, en materia electoral, que muchos, en politiquería barata, ya se quieren saltar.