Esta vida tan extraordinaria, casi novelesca, merece un biógrafo como lo tuvo Fouché, capaz de retratar no solo un carácter político sin igual en el país, sino también una época convulsa llena de diversos tipos humanos y formas de gobierno.

Sus detractores políticos solo ven un lado de su trayectoria como jefe conservador que “no creía en la independencia pura y simple”, o como figura que, cual doctor Frankenstein con “la criatura”, creó “un instrumento del cual pudiera servirse para dirigir la situación militarmente e imponer así la única fórmula que consideraba apropiada para el mantenimiento de la separación entre las dos porciones de la isla: la anexión o el protectorado. El instrumento escogido para esa empresa fue el general Pedro Santana” (Balaguer, Joaquín, “El Centinela de la Frontera, vida y hazañas de Antonio Duvergé”, Editora Corripio, C. Por A., 2001, Pág. 49).

Otros afirman que sus cambios de posturas y lealtades, y “aferramiento al poder estaba únicamente motivado por el egoísmo y por el afán de disfrutar de las ventajas que se derivaban”. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los políticos nacionales nunca fue rico, y debió alternar sus funciones públicas con la enseñanza, los negocios y el ejercicio de la profesión de abogado. Es decir, en cierta forma vivió con grandes precariedades, a pesar de ser el más acabado hombre de estado que tenía el país. Incluso “en su testamento se constata que, al final de su vida, sólo tenía una casa, parte de la cual atribuyó al aporte de su esposa en el matrimonio”. (Cassá, Roberto, Pág. 33).

Es decir, no se lucró en su paso por el Estado.

Para defenderse de estos nada como sus propias palabras, pronunciadas en el Congreso Nacional el 10 de junio de 1847: “Creo, Señores, que ninguno puede ser mejor dominicano que yo. Yo fui el primero que dije: Dios, Patria y Libertad; yo fui el autor del manifiesto del 16 de enero; yo en la noche del 27 de febrero me encontraba a la cabeza del pueblo; yo fui el presidente de la Junta Central Gubernativa más de tres meses, el que dirijió los negocios públicos, uno de los fundadores de la Patria sin ninguna ambición ni ningún interés personal ni otro deseo que el bien del público, y el sacudir el yugo degradante de los haytianos; yo no seré otra cosa siempre más que un buen Dominicano sin ambición ni aspiraciones á empleos ni á dignidades, pues si hoy me encuentro en el Congreso no ha sido porque lo he solicitado, sino por la voluntad unánime de mis comitentes, y porque pudiendo ser útil creí que no debía rehusarlo. Sin embargo, se me persigue inocente, se me quiere desterrar (…)”. (Rodríguez Demorizi, Emilio, “Discursos históricos y literarios”, Ciudad Trujillo, 1947, Pág. 73).

Bobadilla merece una discusión objetiva sobre su vida pública de la cual salga una biografía definitiva: “Vida y obra de Don Tomás Bobadilla”, o, “Bobadilla y Briones: el indispensable”. A mí, particularmente, me gusta este título modesto y limitado: “Tomás Bobadilla, el amanuense”.

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