Definimos un diálogo como una forma de llegar a la solución de los conflictos, de las diferencias entre dos o más personas, donde se procura la solución al conflicto con la presencia de un tercero neutral, imparcial y con sobradas capacidades de lograr poner de acuerdo las diferencias, sean de orden público o privado, entre las partes.
La democracia dominicana ha sufrido tres serias crisis electorales desde el retorno a la misma luego de haber sido ajusticiado el tirano Trujillo. La del 1978, cuando claramente se evitó un golpe de estado que procuraba que no llegara al poder el Partido Revolucionario Dominicano luego de un acuerdo que aún criticamos hoy, pero que permitió la alternabilidad y la gobernabilidad; se cedieron cuatro senadores al Partido Reformista que luego de doce largos años en el poder ejecutivo debió aceptar traspasar el mando al PRD.
La crisis del 1994, entre el gobernante Partido Reformista y el opositor PRD, demostró por primera vez la importancia de la concertación. La madurez de la oposición, que a pesar de reclamar que habían sido objeto de un fraude que le impediría gobernar al Dr. Peña Gómez, fue una pieza clave para buscar soluciones que no llevaran al país a una confrontación de consecuencias imprevisibles.
Esta crisis se resolvió con la firma del Pacto por la Democracia donde todos los sectores políticos, luego de llegar a un acuerdo, firmaron junto con las iglesias, empresarios, sociedad civil, sindicatos, importantes comunicadores que permitió devolver la tranquilidad, paz y gobernabilidad.
En el 2004 también retornó el fantasma de las crisis electorales. Frente a una fuerte oposición, hasta de algunos de los dirigentes más importantes de su partido, el PRD, el presidente Hipólito Mejía cambió la Constitución y se lanzó a la aventura de una reelección.
Se creó una Comisión de Seguimiento, presidida por Monseñor Agripino Núñez y con la presencia de representantes no políticos, elegidos por los partidos y el presidente del CONEP, la presencia importante de la comisión de observadores internacionales, encabezados por el expresidente Jimmy Carter, pese a las tensiones y rumores antes y durante el proceso de votaciones, el expresidente Hipólito Mejía dio demostraciones claras de respetar la voluntad de los electores y logramos sobrepasar este nuevo obstáculo a nuestra democracia.
Ahora de nuevo enfrentamos una crisis más severa aún que las anteriores, parecería que en la medida que nuestra economía crece el tamaño de las diferencias es mayor.
Luego de gobernar por diez y seis años con logros innegables y como todo lo humano con aspectos criticables, el inmenso partido morado se divide. Algo, hace algunos años, impensable, no sé si mito o realidad, la capacidad de esa organización de resolver sus problemas a lo interno y siempre demostrar unidad de criterio, fruto de la formación política de sus cuadros lo hacía parecer diferente a los demás.
Llegamos al 2020 estrenando un nuevo sistema electoral, una ley de partidos, que luego de muchos años de discusiones terminó siendo un instrumento lleno de contradicciones y en muchos casos de difícil aplicación. Debió recurrirse a los tribunales para enmendar la ley, quedando al descubierto por la parte política el poco deseo de contar con un instrumento que asegura elecciones limpias, controlar el uso de los recursos del Estado, tradicional por su dispendio, no en estas sino en todas nuestras elecciones y fortalecer las acciones de la Junta Central Electoral con la elección de un fiscal electoral independiente.
No es necesario mencionar lo acontecido antes y durante las elecciones, todos lo tenemos presente como una pesadilla que no quiere terminar. La protesta de la población y la sorprendente, pero importante, actitud de los jóvenes ha cambiado el panorama político. Quien piense hacer política o incidir en los medios de comunicación sin entender la nueva realidad está más que perdido.
Ahora está el esfuerzo de conciliación en el Consejo Económico y Social, muchos entendemos que no era el espacio ni la función de un organismo creado para resolver conflictos entre gobierno, sindicatos y empresarios, nunca para conciliar diferencias políticas en un ambiente altamente caldeado y dividido, dejando una silla vacía, que más bien es una mesa a la que le faltó una pata. Los jóvenes protestaron con razón que no los incluyeran, más luego no les tocó más remedio que darles una participación simbólica: con voz, pero sin voto. Por supuesto que no podían tener voto porque no eran parte del organismo.
Estas elecciones dejan muchas lecciones. Exceso de gastos, una JCE compuesta por buenas personas, pero una ausencia de gerencia total, falta de acción contra los que violan plazos de propaganda, falta de control en el uso indiscriminado de recursos y medios de comunicación.
Terminadas las elecciones de mayo y luego que asuma el nuevo gobierno, el país tendrá que llamar a un verdadero diálogo, una recomposición de la JCE, no sólo con abogados sino también con gerentes que puedan conducir con eficiencia elecciones futuras y lo más importante, un fiscal electoral independiente que asegure se cumplirán las leyes sin temor en aplicarlas al partido que resulte vencedor o a los que queden en la oposición. Entonces podremos decir “todo está consumado”.