El conflicto directo entre Estados Unidos y China era inevitable. China está plantando un desafío económico, tecnológico, político y en menor medida militar a Estados Unidos de una magnitud sin precedentes desde el fin de la Guerra Fría.
No hay que exagerar: Estados Unidos, su economía y su Estado, siguen siendo dominantes a nivel global. Pero ya no están solos. Y de todos los elementos que han venido reconfigurando el tablero global como el refortalecimiento de Rusia en el ámbito político y militar, el más destacado, por mucho, es el impulso de China en el ámbito de la política internacional, el desarrollo tecnológico, el comercio y las inversiones.
Los esfuerzos de contener a China
Hace tiempo que Estados Unidos había identificado el desafío. El Tratado Trans Pacífico (TTP) fue la estrategia geoeconómica que el gobierno de Barack Obama diseñó para darle la cara a ese reto.
Implicaba la conformación de una gran alianza económica entre países de América y Asia que procuraba contener a China y disputarle espacio económico en su propio litoral. Pero, con la llegada del gobierno de Donald Trump, la estrategia cambió. Es una mucho más agresiva y directa, pero precisamente por eso, potencialmente más costosa y riesgosa para China, para Estados Unidos y para el mundo.
En un primer momento, el gobierno estadounidense identificó el problema como uno comercial: el enorme déficit que había entre ambos países, el cual debía ser revertido. Ese déficit, decía el diagnóstico, resulta de condiciones comerciales inequitativas entre ambos países y había llevado a significativas pérdidas de empleos en Estados Unidos. Por lo tanto, para recuperar los empleos y rebalancear los flujos de comercio, había que cambiar las reglas del juego.
Sin embargo, pronto, el gobierno de Trump le dio un carácter mucho más estratégico. Identificó que la principal amenaza de China al dominio estadounidense era la cuestión tecnológica. En un período relativamente corto de tiempo, las empresas chinas habían logrado dar saltos tecnológicos impresionantes gracias a que ese país logró articular un entramado institucional y económico con una enorme efectividad para el aprendizaje, la adaptación y el avance hacia la frontera del conocimiento.
La competencia tecnológica
Las empresas tecnológicas chinas cuentan con un intenso apoyo estatal y del sistema de universidades y centros de investigación, y con una política de atracción de inversiones extranjeras en sectores de tecnológica que las condicionaba a la transferencia de conocimientos a las empresas nacionales. En algunas áreas, como en las telecomunicaciones, estos avances amenazan el liderazgo tecnológico de empresas occidentales en general, y estadounidenses en particular, y han puesto a las empresas chinas a la vanguardia en mercados de altísimo valor como el de productos electrónicos, equipos de comunicaciones y computadores.
No hay forma de exagerar la importancia que tiene el liderazgo tecnológico para crear y apropiarse de riqueza y para consolidar hegemonía económica. Las entidades que estén en las fronteras de la innovación no sólo son capaces de obtener enormes rentas por venta o contratos de derecho de uso de la tecnología.
También lo son de estructurar y comandar las cadenas globales de producción en las que participan, obteniendo muy elevados rendimientos comparados con el resto de los que participan, incluyendo aquellos que manufacturan.
De esa manera, aunque tiene ramificaciones militares, la disputa tecnológica es, en mucho, económica y por el control de los procesos de producción y distribución a nivel global.
Es por eso por lo que la principal demanda de Estados Unidos a China en el marco de las negociaciones en curso es que cambie sus políticas tecnológicas. El objetivo es desacelerar el avance chino y hacer que las ventajas estadounidenses se mantengan, y con ello que las empresas americanas preserven la captura de renta y el dominio sobre las cadenas productivas.
Las armas de la guerra
El arma que ha elegido Estados Unidos es los aranceles, y más recientemente se ha enfocado en castigar a algunas de las empresas tecnológicas más importantes de china. En materia de aranceles ha impulsado tres rondas de subida de impuestos a una amplia gama de importaciones desde China, buscando que ese país ceda en las negociaciones y acepte modificar sus políticas tecnológicas. Con respecto a la penalidad a empresas tecnológicas, primero fue ZTE y ahora Huawei, ésta última líder en el mundo en el desarrollo de tecnologías 5G de telecomunicaciones. La embestida busca cerrarle mercados, no solo en Estados Unidos, sino también en otras partes del mundo, intimidando a gobiernos y empresas.
China ha respondido con subidas de aranceles a una amplia gama de productos estadounidenses, pero eso no ha tenido efecto en la postura estadounidense. Pero ¿tiene China otras armas con las que responder a Estados Unidos? ¿Tiene capacidad de retaliación como para obligar a ese país a detener la escalada y aceptar un acuerdo que no sea del todo satisfactorio? Veamos las armas a las que China puede recurrir y que se mencionan con más frecuencia.
Primero, subir los aranceles o hasta prohibir algunas importaciones agrícolas desde Estados Unidos. China es un gran importador mundial de algunos alimentos, un importantísimo cliente de los agricultores americanos, y esos productores son una importante base de apoyo político de Trump. Parecería que eso hace que esa arma pueda ser efectiva. Sin embargo, el efecto sería de corto plazo, aguantable para el fisco estadounidense que puede proveer poyo temporal si, como resultado de las sanciones chinas, los precios se deprimiesen. Sin embargo, a mediano plazo, lo que China no compre en Estados Unidos lo adquirirá de otros proveedores, y los productores americanos llenarán el vacío de mercado dejado por ellos. Por ello, esa arma no es muy poderosa.
Segundo, deshacerse de al menos una parte de la enorme cantidad de Bonos del Tesoro estadounidense que China tiene. El argumento es que, al hacerlo, las tasas de interés subirían y lastimarían la economía estadounidense, lo cual podría hacer pensar dos veces a Trump antes de seguir tensionando la cuerda. Pero la verdad es que, aunque es individualmente enorme, la tendencia de bonos por parte de China no es tan grande como para causar desestabilizar el mercado. Pero, además, hay otras tres razones para dudar. Primero, los problemas económicos de Estados Unidos afectarían también a China por ser el primero un mercado de exportación de un peso altísimo. Segundo, la Reserva Federal puede bien comprar los bonos que los chinos vendan, neutralizando el efecto. Tercero, si China vende sus bonos del tesoro estadounidense, ¿Qué va a hacer con esa enorme cantidad de dólares? El Renmimbi se apreciaría tremendamente y las exportaciones se encarecerían y retrocederían, un efecto contrario a lo que querrían lograr.
Tercero, depreciar su moneda, el Renminbi, para contrarrestar la subida de aranceles. Aunque los aranceles suben los precios de las mercancías chinas en Estados Unidos, la devaluación los baja. El problema es que la devaluación impulsaría una fuga de capitales en China, lo cual obligaría a sus autoridades a subir las tasas de interés en un contexto en que quieren que el crecimiento dependa menos de las exportaciones y más de la inversión doméstica. El efecto en el crecimiento seria adverso. Por el momento, China se ha resistido a usar la devaluación como arma.
Cuarto, limitar el acceso al mercado chino a empresas estadounidenses, en especial a los bancos, en un contexto en el que está habiendo más apertura. Aunque los americanos se queden fuera de esos negocios, eso no va a causar daño a la economía estadounidense.
Quinto, reducir la compra de productos tecnológicos a Estados Unidos. Esta es un arma de doble filo porque, aunque lastimaría a la economía estadounidense, pero afectaría negativamente a las empresas chinas. Aunque China podría ser capaz de reemplazar productos de alta tecnología estadounidense, le tomaría tiempo y sería costoso. Quien ya sufre la retaliación china es Boeing. Está quedando fuera del mercado de aviones de mayor crecimiento en el mundo. Airbus se frota las manos porque la industria china de aviones todavía no despega.
Sexto, limitar o prohibir las exportaciones de tierras raras a Estados Unidos, insumo esencial para la fabricación de componentes tecnológicos de alto valor. Eso también puede lastimar a la industria tecnológica de Estados Unidos porque, según reportes de prensa, China tiene un poder cuasi monopólico al producir y exportar más del 80% de la oferta mundial, la mayor parte a Estados Unidos. El problema es que el efecto sería de poca duración porque las tierras raras no son en verdad raras. Hay disponibilidad en muchas partes del mundo. Lo que no hay es producción efectiva. Si China restringe sus exportaciones, hará evidente la necesidad de diversificar las fuentes, y eventualmente perderá su poder.
En resumen, individualmente, cada arma del arsenal chino tiene efectos limitados en Estados Unidos o contraproducentes para China. Por eso, difícilmente serán usadas, y si lo son, no disuadirán a Trump. Al mismo tiempo, aunque China esté dispuesta a acomodarse y a aceptar hacer ajustes en sus políticas, difícilmente vaya a complacer a Estados Unidos dando un giro brusco. Eso no sólo significaría abandonar el curso que le ha dado resultados, sino que equivaldría a una derrota política inaceptable para Xin Jinping a nivel doméstico y en la arena internacional. Seguramente preferirán pagar los costos económicos del desencuentro antes que dar marcha atrás.
Es por eso por lo que no parece razonable pensar que habrá algún acuerdo pronto. Lo más probable es que la tensión continúe y que las barreras comerciales que se han levantado se prolonguen. En ese contexto, lo sensato para el mundo en general y para la República Dominicana en particular es buscar acomodos provechosos. Lo difícil es identificarlos, en especial porque no se alcanza todavía una situación estable, cualquiera que sea.