Hace unos días tomé un vuelo y un señor mayor se sentó a mi lado con visible tensión. Llegó con los nervios de punta. Se enojó porque el compartimiento encima de su asiento estaba ocupado, a pesar de que a la derecha, a la izquierda y al frente todo estaba vacío.
Hasta que no salimos y el avión tomó la altura de crucero el caballero no se tranquilizó. Naturalmente que pasadas las seis horas comenzó nuevamente su intranquilidad.
No haré la historia completa, me imagino que también conoce o ha visto personas así… si no es que usted es una de ellas. De esas que no pueden dormir el día antes de un formidable paseo.
La tensión en nuestro sistema es muy necesaria; el cerebro envía la señal y las glándulas encargadas emanan las hormonas específicas que nos preparan para la pelea o huida. Desde que vivíamos en cuevas y montes hasta el tiempo de las guerras permanentes fue imprescindible contar con ese mecanismo de defensa.
Ahora es diferente y tampoco podemos tener siempre el control de lo que pasará. Sería muy bonito para muchos (de seguro que aburrido para otros) saber lo que pasará. La mala noticia es que no es ni remotamente posible.
Si el caballero mencionado no es el piloto, no debería ponerse nervioso, solo podemos entregar al comandante la responsabilidad de llevarnos al lugar deseado.
Cuando no entregamos el control de las situaciones que no podemos controlar, nos llenamos de tensión, la que considero innecesaria, como explico en profundidad en mi libro Migomismo – Su Inteligencia Emocional Intrapersonal.
No digo que siempre tengo el control de mis emociones en los aviones, he pasado uno que otro susto. Me refiero a que no me preocupo por algo que no está en los planes de nadie. Turbulencias fuertes nos hacen sentir cerca de un lugar muy bonito al que no queremos apresurar nuestra llegada.
¿Te atreves a liberarte de tensión soltando el control de algo que en realidad no lo tienes?