Las vacaciones académicas sirven para mucho: ir a la playa, visitar amigos y familiares cercanos, releer algunos viejos libros o leer algunos nuevos. En mi caso, revisando un gran libro, tanto por la forma de redacción como por los múltiples datos que aporta, de José Rafael Lantigua, que leí a finales de los años 90, titulado: “La conjura del tiempo. Memorias del hombre dominicano”, recordé una figura a la que aún no me había acercado a fondo: René del Risco Bermúdez.
El doctor Lantigua se pregunta: “¿Qué significa René del Risco para la cultura dominicana y para el haber intelectual de toda una generación mordida por la frustración de una época que prendió tantas esperanzas en las solapas de sus trajes imberbes y conmocionada sentimentalmente por ‘el viento frío’ que helaba sus entrañas?” (p. 386). Y luego de hacer una apretada síntesis de la vida del poeta, desde su nacimiento en San Pedro de Macorís en 1937, hasta su muerte en 1972, colocándolo como ejemplo de la juventud de entonces y concluyendo que con su muerte “desaparecía el signo más distintivo de los años sesenta en lo que respecta a la movilidad social originada en la juventud combativa tras los sucesos delimitantes de aquella década” (p. 387).
René fue, sin dudas, la figura más emblemática de su generación.
Del poeta, cuentista y publicista, conocía su leyenda vital, pero solo había leído algunos poemas y uno o dos cuentos de sus cuentos. Tenía esa deuda y empecé a pagarla. Y como suscribo lo dicho una vez por Umberto Eco, de que se deben tener los libros aunque no se vayan a leer, pues uno no sabe, solo fui al estante donde me esperaban dos tomos: “Poesía Reunida” y “Todos los Cuentos”, de René del Risco, publicados por la Editora Nacional.
Empecé por la poesía. No entiendo cómo me la había perdido. Bueno, quizás no estaba preparado. O aún no era para mí, parafraseando a Borges. Y aunque todavía no puedo hablar sobre los cuentos: sin dudas los poemas son notables. Leamos algunos fragmentos: “Mi enamorado corazón procura,// herido ya, sin luz y sin sosiego,// preso en su soledad, vencido, ciego,// tu mano, tu piedad, o tu ternura” (Soneto a oscuras).
O, mejor: “Este soy yo, tu llama, tu alimento,// tu herradura, tu pan, tu todavía,// tu tibia alternativa, tu alegría,// tu ceniza final, tu aturdimiento” (Este soy…).
Bellos poemas de amor, y muchos otros también de combate: “¡Comandante,// dime que todavía puedes escucharme!// Dime el color de los yerbajos// mojados con tu sangre…” (Palabras al oído de un héroe).
Poemas melancólicos, sobre “la ciudad, el mar, la nostalgia, la mujer, el compromiso político”, abordados con grandes recursos de honda poesía. A la distancia, me recordó al gigante Miguel Hernández, del cual podría ser un hijo menor caribeño.
“Debo saludar la tarde desde lo alto,// poner mis palabras del lado de la vida// y confundirme con los hombres// por las calles en donde empieza a caer la noche (…) Debo buscar a los demás,// a la muchacha que cruza la ciudad// con extraños perfumes en los labios”.
Grande René, grande. ¡A leerle!