En muchos países, ser funcionario público se ha convertido en una tarea rodeada de desconfianza y escepticismo. República Dominicana no es la excepción.
La percepción generalizada de que todos los políticos son corruptos y ladrones ha hecho que el papel de quienes se dedican al servicio público sea visto con recelo.
Esta situación se agrava aun más cuando figuras prominentes, como Milagros Germán, llegan a ocupar posiciones que otros entienden les pertenecen, por aquello de que tienen años de antigüedad en el servicio, o la teoría de que la política debe ser para los políticos.
La exministra de Cultura, Milagros Germán, es un ejemplo claro de las dificultades inherentes al rol de funcionario público. Su renuncia no sólo refleja la presión mediática y pública que enfrentan los funcionarios, sino también el riesgo constante de ser objetivo de críticas, en muchos casos, fruto de una campaña liderada por colegas políticos y hasta del propio partido, lo que es todavía más complejo.
La renuncia de Germán resuena como un eco de la realidad que viven muchos en posiciones similares: la línea entre el servicio público y el escándalo es a menudo delgada.
Y por otro lado, el hecho de que la gente asocie la política con la corrupción genera un ambiente hostil para quienes tienen la intención genuina de servir.
Este clima de desconfianza no sólo afecta la moral de los funcionarios; también limita su capacidad para actuar con eficacia.
La constante vigilancia y la presión social pueden llevar a la parálisis en la toma de decisiones y hemos tenido ejemplo de ello. Las redes se constituyen en verdaderas trincheras desde donde algunos tras un nombre de usuario falso disparan a matar sin escrúpulo.
En un entorno donde la política se ha convertido a menudo en un campo de batalla, el costo de la exposición al asumir una función pública puede ser alto, sobre todo para quienes tienen ya una trayectoria ganada en otra área y llegan a la política aportando algo más que dinero.
Aquellos que asumen el riesgo de entrar al servicio público deben estar dispuestos a enfrentar no sólo la crítica, sino también el riesgo a su reputación y, en algunos casos, a su seguridad, lo que sin dudas hace pensar que ser funcionario público en un país donde reina el escepticismo es un acto de valentía.