El pasado 3 de febrero, Día del Internacional del Abogado, en el Palacio de Justicia de Santiago varios jurisconsultos conversábamos sobre el rol de los abogados en la sociedad. Aproveché la oportunidad para externarles algunas reflexiones sobre el tema.

“Nuestro abogado habitual es nuestro confidente: conoce nuestros secretos. Si somos honestos, aunque hayamos cometido un error, lo buscaremos probo. En caso contrario, contrataremos uno con poca ética, para que, sin ruborizarse, sea cómplice de nuestras inconductas”.

“Cuando era juez, al emitir una sentencia trataba de que la ley estuviera en consonancia con la justicia, lo que en ocasiones se complicaba por tecnicismos o errores de abogados. ¡Cuántas veces me encontré obligado a fallar en contra de quien moralmente tenía razón! Eso me dolía, por más caparazón que colocara en mi corazón. Créanlo: juzgar no es sencillo”.

“El abogado debe ser un gran lector de historia, filosofía, economía, ciencia, literatura y poesía. De no ser así, se le dificultará argumentar adecuadamente frente al magistrado, ministerio público, clientes y contrarios, pues habrá momentos en que lo jurídico deberá ser complementado con otros conocimientos”.

“Un buen jurisconsulto, al menos empíricamente, también se comporta como sicólogo, sociólogo, sacerdote y educador, porque en ocasiones ejercer esas funciones es más efectivo para evitar o solucionar un conflicto que el hecho de actuar como abogado. ¡Cuántas veces quien nos visita lo único que aspira es a que lo escuchemos con atención!”.

“En mi profesión de abogado (y en la vida) no todo dinero se gana; lo trascendente es facilitar las soluciones y no provocar o promover litigios, lo que se logra pensando primero como humano y luego como abogado. Esto nos ayudará a ser más justos en nuestra labor. Quien aspira a representar nuestra dignidad en los estrados debe tener una alta dosis de ella”.

“Un abogado completo conoce leyes, jurisprudencias y doctrinas; también tiene una sólida cultura universal. Sin embargo, existe algo más importante: es imprescindible que sea íntegro, que la palabra ética esté tatuada en su corazón, pensamientos y acciones”.

“Ser abogado es un asunto muy serio. Quien procura nuestros servicios coloca en nuestras manos su libertad, su patrimonio, su paz. Un pequeño error nuestro puede ser fatal y acabar con una vida, una empresa o una familia. Y esas faltas usualmente no tienen remedio en los tribunales. ¡Dios, qué compromiso tan inmenso! ¡Es penoso que algunos lo tomen a la ligera, con una irresponsabilidad espantosa!”.

Y finalicé con mis dos pensamientos preferidos: “El buen ejercicio de la abogacía también es arte” y “si quieres conocer a alguien, pregunta por su abogado. Si pretendes saber cómo es el abogado, averigua al tipo de persona que representa. Y haréis justicia”.

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