Aunque en nuestro país no hay cultura de que los liderazgos, en cualquier ámbito -quizás por el subdesarrollado-, se retiren a tiempo sino por ley biológica, ya es evidente que el sistema de partidos, en particular, ha entrado en declive o crisis irreversible e igual el liderazgo político que hizo el relevo, bien o mal, de los grandes líderes nacionales que fueron hegemónicos post dictadura trujillista-1961 -Balaguer, Bosch y Peña Gómez-.
Y de esa transición, el partido que mejor la hizo -sin ruptura o grieta significativa- fue el PLD por variopintas razones: a) Bosch hizo una escuela política del PLD -la que no pudo hacer en el PRD-, b) el pragmatismo político-ideológico, aunque suene contradictorio, de los líderes-cuadros que Juan Bosch formó supieron forjar alianzas y hacer del PLD un partido de vocación de poder, algo que, parece, se fue construyendo al romper el bipartidismo PRSC-PRD y acceder a los poderes públicos -paralelo al declive biológico de su fundador-; y c) el PLD, contrario a los demás partidos, supo conciliar, hasta 2019, la cohabitación armoniosa de múltiples liderazgos presidenciables lo cual fue difícil conciliar en el PRD e imposible en el PRSC.
Sin embargo, y a pesar de esa exitosa y a veces caótica transición en el liderazgo nacional, no hay duda de que, después de Balaguer, Bosch y Peña Gómez, el país avanzó en términos macroeconómicos, infraestructura, crecimiento humano, reducción de la pobreza extrema y apertura hacia el exterior -aquí, de nuevo, el PLD se lleva la más alta calificación tanto por sus años en el poder como por la sagacidad y visión de su liderazgo-; pero, en términos de la superestructura política-ideológica y cultural quedamos, en cierta forma, rezagados, pues el relevo político, que debió tener a Bosch como referente ético-doctrinario-ideológico, se decantó, en la práctica política-electoral por Balaguer y de ahí el conservadurismo o la estela -derecha-centroderecha- que política e ideológicamente domina el espectro político nacional.
Por ello, la historia política dominicana -post-1961- es una suerte de noria sociopolítica y de atavismos histórico-culturales: caudillismo, mesianismo y clientelismo que aún no superamos y que, para peor, se agrega, en el sistema de partidos, un nepotismo biológico o de cuota-herencia de élites-jerarquías y empresariales que dificulta la emergencia, con contadas excepciones, de liderazgos ganados en la fragua política y de ruptura con ciertas rémoras de la praxis política subdesarrollada.
Y esa es una materia pendiente que, y aunque oteo algunos indicios técnico-politicos alentadores -aunque no ideológico-doctrinarios-, ojalá la coyuntura 2024 termine cerrando, al menos, las retrancas y actores políticos más resistentes al relevo. De lo contrario, tarde o temprano, no escaparemos al derrumbe total del sistema de partidos y a la irrupción de un outsider.
Por supuesto, con lo anterior no quiero ni me inscribo en ningún pesimismo; pero a falta de ideología, doctrina y lectura holística-global de nuestra clase política, es poco lo que se puede esperar aunque sigamos avanzando materialmente. A menos que les demos, a la política y ejercicio del poder, más contenido doctrinario-ideológico e institucional.