En estos tiempos que el centro del cerebro preferido para movernos es el de las recompensas, para tener éxito solemos buscar la motivación. A algunos les motiva, entre otras opciones, que les reconozcan como exitosos; a otros, lo que obtienen al tener éxito… en ambos casos buscan una recompensa.
Caminar hacia el éxito es casi obligatorio en muchas sociedades de hoy. Antes era imprescindible para sobrevivir; poder cazar para alimentar a la familia no era cuestión de elección. Hoy a muchas personas les miden por patrimonio que han acumulado. Hay hasta las que se hacen medir por el dinero que van gastando.
Si queremos éxito, hay dos caminos principales; el primero y más procurado es el de la motivación. Buscamos excelentes motivadores que nos hagan saltar y creernos que podemos lograr cualquier cosa que deseemos. Nos cargan de energía, la que nos servirá para llegar… bueno, paremos por ahí, nos servirá para tumbar las primeras puertas.
La motivación nos da la energía suficiente para ponernos en movimiento y comenzar a derrumbar hasta paredes, aunque sean las que sostienen la edificación. ¿Es productivo? Sí, pero no dura casi nada.
Si necesitamos a alguien para que esa energía se cargue, desde que le necesitemos nuevamente nos daremos cuenta que no sirvió de mucho. Puede ser que viendo un video nuevo logremos cargar algo más, o pagando una asesoría eterna también.
¿Hay un mejor camino, Diego Sosa?
Para mí, sí. Si me levanto y hago lo que tengo que hacer, llegaré. Lo digo porque mi experiencia es que llego. Y no necesito la motivación para hacer algo. Le llaman disciplina.
Si es un trabajo, lo hago. Si es un proyecto, también lo hago. ¿Necesito una zanahoria para perseguirla? No, simplemente hago un plan y lo ejecuto. Es una decisión. Más, porque no puedo hacerme dependiente de otro que me esté diciendo las palabras correctas en el momento exacto.
¿Quieres lograr algo? ¿Puedes encargarte hoy de disciplina para hacer eso que te está dando tanto trabajo hacer y no llega la motivación?