Merenguero, Rubby Pérez
Merenguero, Rubby Pérez

Roberto Antonio Pérez Herrera, nuestro eterno Rubby Pérez, no fue solo un merenguero dominicano de voz altísima y alma grande. Fue, para muchos venezolanos, un hermano de sangre cantada, un símbolo de aquellos días en los que Venezuela era potencia, promesa y fiesta… una fiesta donde su voz se colaba como brisa cálida entre palmeras.

Su música —como el olor de la arepa en la mañana o el dulce son del tambor de San Juan— estaba en cada rincón del país. No había matrimonio, de salón brillante o de patio con toldo y bombillos de colores, en el que no se escuchara ese grito que invitaba a bailar: “¡Volveré!”.

No existía quinceañera que no diera su primer baile con “Ese hombre soy yo” sonando en el fondo, ni corazón despechado que no encontrara consuelo en el dramatismo honesto de sus letras. Rubby era eso: alegría, dolor, romance… todo lo que uno siente cuando ama de verdad.

Pero con el socialismo, en Venezuela, vinieron los apagones del alma y de la calle. Se fueron los motivos, las fiestas, las risas que antes nacían fácil. Venezuela —como un faro roto— dejó de guiar a sus hijos y los empujó a buscar otras costas. Y así, millones partimos… como aves migratorias, llevándonos en la maleta pedazos de tierra y canciones.

Algunos se fueron lejos. Otros, los más nostálgicos, preferimos quedarnos cerca del mar que ambos pueblos compartimos. Y fue así como muchos recalamos en la República Dominicana: esa hermana de piel morena y sonrisa abierta, que nos recibió como la madre que adopta a un niño perdido. Nos dijo: “ven, chamo, siéntate a mi mesa”, y allí, entre mangú, calor y amabilidad, volvimos a encontrar hogar.

Y fue en los colmados, en las casas, en las playas, donde volvimos a escuchar su voz. Esa voz que parecía decirnos que aún había esperanza. Rubby, en cada canción, nos susurraba que volver no era imposible, que los sueños se reconstruyen con notas y afecto. En su merengue vibraba la memoria de una Venezuela alegre, viva, la que no queríamos olvidar.

Por eso su partida nos rompe. Nos deja como niños que han perdido al padre que los hizo bailar. La tragedia del Jet Set no solo apagó una voz, apagó también una parte de nuestra historia compartida. Entre los escombros del accidente, quedaron no solo vidas dominicanas y venezolanas, sino también un puente de afectos que unía a dos pueblos con ritmo y alma.

Rubby nunca nos olvidó. En cada entrevista, en cada escenario, nos regalaba palabras dulces, como si abrazara con ellas a toda una nación. Y nosotros le devolvíamos ese amor, cantando, bailando, llorando sus letras.

Hoy, cuando toca despedirle de este plano terrenal, recordamos sus canciones y decimos: “no voy a llorar”, aunque “este tonto corazón”, esté roto y me invada la tristeza, porque tu legado nos invita a seguir “locamente enamorados” de tu música, tu tierra y tu gente y nos da fuerzas para siempre recordar que quienes una vez tuvimos que partir de casa, vamos a volver, porque  “contigo yo vuelvo, aunque me cueste la vida”.

Hoy, desde donde estés, quizás nos susurres otra vez: “Volveré… porque te quiero… ” Y nosotros, con el corazón encogido y la nostalgia temblando, te diremos: Gracias, Rubby. Volverás cada vez que escuchemos tu voz.

Libonny Pérez 

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