Hay cafecitos para despertar, otros para entonar el día pero amo unos en particular, deberían cobrarlos más caros si supieran de nuestras intenciones al darnos el gustito, son “la recarga”, porque desde el primer sorbo nos enderezamos. Pero que tal esas personas recargas, llegamos a ellos con la mente como un huracán o el alma como un cementerio, sin embargo, saben movernos el piso y resucitar lo que por error o por dolor enterramos en vida. Tienen esa clase de fe que nos lleva aunque con alas prestadas a alzar vuelo, nos despegan de las corrientes frías de la amargura y nos podan aquellas ramas cautivas de las malas hierbas. Sus vidas y sabiduría son un bastón dorado, como la luz del rayo, espantan las tinieblas e imponen la luz, porque responden a Dios mismo. l

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