Seamos realistas y sinceros, muchas son las veces en que preferimos ver y entender el mal proceder de alguno como maldad a aceptar su incapacidad de obrar bien. Y es que hacer lo bueno, lo correcto, el bien como tal, requiere de entrenamiento inteligente. Los niños hacen el bien sin medir consecuencias pero no así nosotros, los años como los daños nos dejaron huellas, cicatrices y marcas muy evidentes para tener la memoria fresca. Para mentir o dañar la complicidad es fácil. La verdad es solitaria y la bondad silenciosa…
El bien se aprende con el ejemplo, se afianza con la fe y se comparte con sabiduría. No hacemos el bien porque somos buenos sino para que el buen Dios se manifieste sin reservas y la maldad no nos conquiste.