Dícese de un padecimiento moderno provocado por la inflamación de encuentros, presenciales o remotos, para tratar asuntos de interés que bien pudieron ser suplidos con un mensaje en un correo electrónico o una breve instrucción por WhatsApp compartida a todos los involucrados. Con agenda o sin ella, son la tortura del que tiene múltiples ocupaciones y ha dejado ese espacio para luego, tener que soportar discusiones a veces estériles de alguno de los participantes que probablemente cuenta con toda la jornada disponible y no puede desperdiciar ese público cautivo para hacer que los encuentros sean interminables.

Siempre aparece el consabido impuntual que se excusa por su tardanza, la que justifica por sus múltiples compromisos, como si los demás no los tuvieran también. Lo grave es que, con su comparecencia retardada, seguida de la interrupción que provoca, le acompaña su intención de que le repitan lo tratado para ponerse al día e introducir su opinión sobre temas ya cerrados y decididos antes de su intromisión. La libertad de expresión y la igualdad de todos ante la ley hace que se le dé oportunidad para esas intervenciones, no vaya a considerarse tiranos a los proponentes que acudieron a la cita en la hora programada, si le limitan ese espacio de discusión.

Los horarios de las reuniones son las elecciones más geniales porque, de manera expresa, se procura que no interfieran en la tanda laboral y en la productividad diaria, pero de seguro sí en la de descanso. La computadora se ha hecho cómplice de esta patología latente de convocatoria constante en que nadie pueda alegar distancias para ausentarse (aunque sí inconvenientes técnicos propios de la virtualidad) y tendrá que conectarse desde el celular para, de paso, entretenerse de tapón en tapón con las informaciones repetitivas del que perdió el audio, los resúmenes hechos a los más distraídos y las encomiendas finales de las propuestas aceptadas, entre ellas, fijar la fecha del próximo acercamiento en el que, posiblemente, se vuelvan a tratar los mismos temas o los que quedaron inconclusos.

No hay agrupación que se resista a una planificación estratégica, para oírse y ser oído en monólogos sin límite de tiempo o guiones predeterminados en el que las opiniones de los demás poco importan. Ahora bien, si esas horas de proyectos, repartición de funciones y presentación de propuestas se tradujeran en ejecutorias y realidades concretas, tendríamos excelentes estructuras de gestión colectiva y sin duda, los mayores niveles de eficacia de todo el planeta.

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