Al hoy extinto periodista Aristófanes Urbáez -El Roedor-, lo vi una vez en mi vida. Corría el año 2006 -si mal no recuerdo-, cuando ambos entrabamos, por causalidad, a una oficina pública. Sin embargo, el periodista y columnista no era desconocido para mí, pues era asiduo lector de sus profundos y laberínticos artículos de opinión; independientemente de que, muchas veces, su prosa complicada y a veces en clave, me dejaba en el limbo. O, de plano y comprendiéndolo, no compartiera su punto de vista (aunque, honestamente, eran más las coincidencias).
No obstante, su desaparición física y, por vía de consecuencia, su ausencia en el diarismo nacional deja un vacío difícil de llenar, pues además de su peculiar estilo periodístico, su formación intelectual-profesional; pero más que todo, su verticalidad, sus convicciones políticas-ideológicas y su templado Bochismo -¡sin repliegue!-, lo hacía un periodista agudo, puntilloso y pluma en ristre. Era, se podría decir -y como él se autodefinía-, un librepensador a ultranza. Hoy especie -casi- en vía extinción en el periodismo nacional.
Por esa condición -la de librepensador e indomesticable-, en mi libro Oficio de loco (2011), lo tipifiqué -refiriéndome a nuestros columnistas nacionales- así: “Aristófanes Urbáez por su agudeza, profundidad y su interés de no mezclar a los mansos con los cimarrones”. Era una forma de distinguirlo por la conceptualización sociológica que exhibía en sus artículos y su proverbial maestría para distinguir, descodificar y auscultar en las situaciones, los personajes, las figuras públicas; y no pocas veces, cual médico forense, disecando los temas que eran recurrentes en sus escritos.
Y ese periodismo de opinión, avezado, incisivo o, de rosca izquierda, está, como dije, en vía de extinción; pues, el que no se retiró o mudó de oficio -dignamente-, o se mantiene en ejercicio apegado a una ética inquebrantable -¡que los hay!-; contrario -y en reversa o degradación ética-moral-, hace rato que puso un pie, si no los dos, en algún estribo -¡y a buen reguardo!-, se hizo satélite-periferia mediático-intelectual de algún partido-líder-candidato (sin confesar bando: que, con certeza meridiana, el desaparecido periodista don Rafael Molina Morillo llamó “político de la secreta”), o pasó a cabildero de poderes fácticos o, sencillamente, se enganchó al “periodismo” de chantaje, peaje y malas palabras, tan rentable en estos días.
Sin embargo, aun hay promesas en el periodismo nacional, al margen de colindancias políticas, empresariales y de agencias-agendas supranacionales. Y, por qué no, de olvidos imperdonables…
Mientras -y como miembro que fui de su legión de lectores-: le digo adiós a Aristófanes Urbáez -¡ciudadano y periodista inclaudicable!-. (Q.E.P.D).