Hacía casi exactamente dos años de asistencia como estudiante oficial de la ahora Facultad de Ciencias Económicas y Financieras de la primada universidad americana y con mi primo hermano Luis Leonardo Taveras Andújar, nuestro mutuo amigo y compañero de estudios Carlos Manuel Nin Valenzuela, nos reunimos en el edificio Dr. Defilló de la Facultad de Medicina, que también albergaba la Facultad a la que asistíamos, desde la cual salimos para cumplir el propósito de invertir unas dos horas diarias que requeríamos para proseguir con éxito nuestros estudios, algo que siempre hacíamos en la casa paterna de mi primo, donde llegamos anocheciendo. Casi verano, pensamos que nos convendría el fresco al aire libre de la terraza frontal porque el tránsito vehicular era relativamente escaso, y nos acomodamos con sendos refrescos allí.
No era todavía las siete de la noche cuando llegó frente a nosotros una camioneta militar cuyo arribo nos alertó a pensar que nuestros vecinos se enfrentaban a una terrible tragedia por los gritos de dolor inmenso y los insultos dirigidos contra presuntos causantes de graves desgracias. Nos movimos desde la iluminación hacia la oscuridad arbórea para indagar y escuchar.
Poco tiempo después, del vehículo frente a nosotros se trasladó a la casa vecina un cadáver que tuvo el efecto de aumentar el volumen de los gritos y maldiciones. Llevamos a nuestro escondite una radio portátil para indagar si se transmitía por las ondas herzianas algo que diera a entender lo que pasaba. Y sí, escuchamos por emisoras de Cuba y Venezuela noticias del arribo por Constanza y San Juan de la Maguana de una expedición que procuraría derrocar el gobierno del dictador Trujillo.
La noticia me llenó de terror porque mi padre era sobrino de dos enemigos políticos de Trujillo, que tenían descendientes de mi edad en el pueblo donde residía, así como sobrinos y nietos. A mi amigo y mis familiares les dije que de madrugada saldría hacia La Vega para tratar de salvar vidas, porque para mi eso era más importante que estar vivo, y que si no regresaba talvez significaría que jamás regresaría. Desde la bomba de Calamidad, cerca del parque Independencia salí a las 6:00 am del lunes 15 de junio de 1959 hacia La Vega donde llegamos hacia las 8:30 am. El viaje me pareció inútil porque no pude hallar a ninguno de mis primos, aunque sí me enteré que mi tío abuelo, Chachito (José Rodríguez García), había sido apresado junto con todos sus hijos eran prisioneros, internados en la Fortaleza Militar de La Vega. Al terminar el día de mi búsqueda, me había enterado de que toda la familia enlazada directamente con mi abuela, Ana Luisa Rodríguez García –también hermana de Juancito– había sido aprisionada de los hijos naturales de Juancito, Salvador Beato y Rafael Taveras, habían desaparecido para jamás hacerse presentes, y no solo durante el paso de la fecha 14 a la 15. Otros hijos naturales, Simón Bolívar –nombre legal de Juancito– y Marino, hermanos de Rafael estaban también presos en la misma fortaleza que su tío y sus primos hermanos.