Es común que el recuerdo de gobiernos más recientes dejen en un lejano pasado los eventos de gobiernos anteriores, pero es importante no olvidar ciertas cosas cuando aquellos que los encabezaron aspiran, a pesar del largo tiempo transcurrido, retornar al poder.
El expresidente Leonel Fernández, por ejemplo, que hoy habla como el candidato presidencial de la Fuerza del Pueblo (aunque formalmente no lo es y en ese rol muchas veces olvida que ser Presidente de un partido requiere asumir posiciones más institucionales) encabezó tres gobiernos que se caracterizaron por hipertrofia de la nómina, gastos excesivos, escándalos de corrupción e irregularidades sustentadas por auditorías numerosas de la Cámara de Cuentas y de organizaciones vinculadas al tema.
En algunos de sus discursos, en los que promete resolver en 4 años problemas que no pudo resolver en 12, habla de la colectividad y dice defender la voluntad popular, pero fue él y no el pueblo quien en 2010 decidió eliminar el “nunca jamás” y rehabilitarse. Utilizando ese mismo discurso pidió un referendo que la Constitución no contempla para el caso en cuestión, pero olvida que fue él quien impidió insertar en la Carta Magna la figura del referendo revocatorio cuando podía afectar su mandato.
Muchas veces se ha autodenominado el guardián y centinela de la Constitución y sin embargo cuando era Presidente y por consiguiente ese rol le correspondía olvidó protegerla en casos como el de Sunland. También olvidó exigir respeto al artículo relativo a los privilegios al grado tal que de acuerdo al Foro Económico Mundial de 139 países el nuestro era el número 139, el peor en materia de nepotismo.
Se presenta a sí mismo como una especie de deidad tutelar y a veces parece que se ha llegado a creer que las adulaciones y presuntas lealtades de sus seguidores son a la persona y no al expresidente.
Resta méritos a todas las encuestas de empresas reconocidas cuyas cifras no se correspondan con aquellas que le agradan a él y los de su partido. Sin embargo, los datos de esas mismas encuestadoras son “palabra de Dios” y “punta de lanza” de su discurso cuando él es el protagonista de la película.
Y entre otras cosas habla de desprendimiento y sacrificios con tanta vehemencia que casi se le cree, pero olvida que una consecuencia lógica de ese planteamiento sería renunciar a sus propias aspiraciones y promover la renovación y la alternancia en la política.