En las discusiones en pro de un Pacto Fiscal, aparentemente ya descartado, el tema del déficit en las cuentas del Gobierno ha dominado la escena y pudiera ser el nudo a desenredar para alcanzar el objetivo en el futuro. ¿Es ese déficit el problema básico de la economía; el trauma que será indispensable superar para sanear la actividad productiva de la nación o se podría, en última instancia, convivir con déficit fiscal y tener, sin embargo, un leve crecimiento del PIB?
Las inquietudes a propósito de una historia publicada hace un tiempo que guardo en mis archivos acerca del déficit en las finanzas públicas del gigante petrolero Arabia Saudita provocado por el descenso en los precios del crudo, que a mediados de la década pasada, alcanzó los 80,000 millones de euros (o 100 mil millones de US$), mucho más que la suma anual de todos los bienes y servicios de la República Dominicana.
Aunque resulte difícil imaginarlo, el déficit saudí creó desempleo y decenas de miles de trabajadores extranjeros tuvieron meses sin cobrar, en situación desesperante. La razón de ese déficit estribó en un descenso de los ingresos petroleros de un 41.2% de los ingresos públicos en el 2011 a un 14.2% en el 2015, según el FMI.
Es cierto que el déficit presiona la actividad económica y alienta el endeudamiento. Pero es obvio que a excepción del peso oneroso de la crisis eléctrica, la marcha de la economía no está subordinada a un renglón específico, como era el caso de Arabia Saudita, lo cual no significa que no se le preste al déficit la importancia debida. En todo caso, la búsqueda de un pacto fiscal no puede estar solamente supeditada, a pesar de sus graves consecuencias, a superar el déficit del Gobierno.
La enorme desigualdad social y las inequidades de un sistema tributario erigido sobre la clase media y el consumo, reclaman otros caminos.