Cada vez se hace más escabroso, en el mundo de hoy -signado por la tecnología, redes sociales y noticias falsas- descodificar una realidad objetiva -por ejemplo, hasta lo natural: si está frío o caliente- y diferenciarla de una percepción pública, generalmente, matizada por la política, intereses corporativos o una determinada escala de valores. A ello se suma, en nuestro país, un agregado de vieja data: las colindancias tan válidas para el periodismo como para la política, el sistema judicial o, el simple ventajismo cotidiano.
Pongamos, gráficamente, un hecho reciente y que perceptivamente podríamos sintetizar; al margen de los conflictos de intereses y lo estratégico-estatal del sector, en una iniciativa “alianza público-privada”: la implementación de un corredor de autobuses para aminorar, eficientizar, mejorar y hasta adecentar el transporte público -un coto o feudo-rutas de unos señores que, el extinto periodista Radhamés Gómez Pepín, con certeza sin igual, llamó “Los dueños del país”- y un empresario-“sindicalista” del transporte (precisamente, uno de esos “dueños del país”) reacciona diciendo que, “fusil en mano”, recibieran esa iniciativa. Sin duda, aquí estamos ante dos realidades… (y mejor no hacer juicio de valor).
Pero igual, se da en otros ámbitos de la vida pública o, de los intereses políticos o privados donde desentrañar la realidad objetiva frente a lo que es percepción pública o política, es, cuando menos, tarea harto difícil o de aproximación riesgosa, pues nunca se sabe, a ciencia cierta, qué maco se esconde detrás de un espejismo, una aparente acción loable o, el rasero político partidario o fáctico con que, muchas veces, abordamos, juzgamos o descodificamos, a nuestra manera, una aparente verdad o una supuesta mentira. ¡Vaya uno a saber!
En fin, nos movemos en una madeja de verdades a medias, espejismos y percepción pública -que, a veces o, casi siempre, termina siendo verdad colectiva-aceptada-; entonces, en un mundo así, rehén de una realidad siempre condicionada o una percepción pública casi verdad -por ser creencia colectiva, fabricada o no- y unos interés políticos-fácticos cuasi omnipresente (¿…?)-, se hace difícil o cuesta arriba uno no equivocarse; o mejor, para no correr riesgos, quedarse en casa y mirar, sentado e indiferente (quizá, ¡irresponsablemente!), como política, gobierno y empresa-privada deciden lo que es bueno o malo para una mayoría ciudadana que espera la exoneren de esos juegos de verdades a medias y percepción pública que, también, la hemos asumido, culturalmente, como verdad. ¿Y entonces?
Por supuesto, esta triste realidad generalizada -¿daltonismo social inducido?- tiene mucho que ver con un currículo educativo de bajos estándares universales y una clase política y empresarial; en consecuencia, sumamente extractiva, por no decir, glotona o de “acumulación” rápida de riquezas.