Lo ideal en la vida sería que los elementos materiales fueran de excelente calidad, que puedan conseguirse en el menor tiempo posible y que sea fácil hacerlo. Pero esto choca con la realidad, la vida no es así, o no lo es para la mayoría de las personas.
Una parte importante de nuestra juventud tiene esas tres premisas como señales de vida: Bueno, bonito y barato, lo que los aleja de los modelos de superación a través del trabajo, el sacrificio, la paciencia y el estudio. Otra de las divisas de la modernidad es el constante cambio de los deseos: tenemos, enseñamos y cambiamos, para poder volver a tener y a enseñar. Un círculo vicioso terrible.
El tema de los “modelos” es importante, amén del tema político, que siempre lo será, pues influye en la conformación de los paradigmas.
En el país ¿Qué es lo que vale? ¿Qué es lo bueno? ¿Qué es la felicidad? Tener un trabajo o pequeño negocio y dedicarle toda la vida productiva, para tener lo básico para subsistir, no parece rentable. ¿Eso es la felicidad? ¿A esos señores que inspiran respeto por su seriedad y trabajo es que debemos emular? Este modelo que cedió paso a otro, en el cual se procura ser el centro de atención y respeto, pero no necesariamente por el trabajo o estudio, sino por la posesión a cualquier costo, la apariencia y la fama.
Y, aunque nada de esto es nuevo, el punto está en la forma de conseguirlo y en la falta de respeto a las normas y, en algunos casos, a la vida de los demás.
Hoy la vida del barrio es el escenario de esta descomposición social. Obvio, es una descomposición general, pero para “los de arriba” están los “acuerdos y negocios”, y para los de abajo la inseguridad y “la ley”.
Esta situación en el barrio parecería programada, como para sostener el statu quo, para que la juventud esté “en otra cosa”, para que no participe, para que no opine, para que no exija, para que no proteste, sino para que viva en la inmediatez, en el momento, dentro de una falsa burbuja de grandeza, pero sin sostén.
Pero lo cierto es que aunque no haya sido propiamente programada, sí lo es el producto de las acciones de la clase política nacional, conjuntamente con los sectores de poder económico del país, que han visto en este modelo el ideal para mantener y aumentar sus ingresos, razones por las que no les interesa que cambie. Esto es producto de aquello, no se puede esperar que sea distinto, pero se puede tratar de cambiar o enmendar.
Obvio, los “culpables” no son todos los políticos ni toda la “oligarquía nacional”, pero sí los que, hasta ahora, han detentado el poder político y económico en el país. O los que, dentro de estos, han tenido mayores influencias. Esencialmente en los últimos 30 años.
Es necesario un consenso nacional sobre una agenda mínima común, los grandes temas nacionales no deben dejarse a improvisaciones momentáneas. Pero no es fácil, en el país la política frontal lo es todo. Mientras tanto, los jóvenes siguen aspirando, solamente, a sus “quince minutos de fama”.