Hace unos días fuimos a ver una película que podría considerar mala. Al preguntarles a los acompañantes me confirmaron que opinábamos igual.
–¿Entonces, nos vamos? –sugerí.
–¿Y perder el dinero? –me dijeron dos de los presentes, mientras los demás negaron con miradas exhortas.
Lo mismo me ha pasado en restaurantes. Pago por una comida y cuando llega no me gusta. ¿La debo comer hasta el final? Quizá por no desperdiciar, pero no por creerme que recupero mi dinero si ingiero en contra de mi voluntad todo lo que me ponen en el plato. ¿Te has visto en esa situación? Son muchas las ocasiones en que vivimos esa sensación.
Me pregunto si en realidad pensamos que quedarnos una hora más viendo una película que no nos gusta es recuperar el dinero. Sentir que el dueño del cine, o la empresa que hizo la película, me devuelven lo que pagué al quedarme hasta el final es para mí un poco inocente. Pienso que perdí el dinero cuando pagué, no cuando descubrí que no me gustaba la cinta.
¿Cuánto pierdo cuando me quedo hasta el final de la película que no me gusta y no quiero ver? Pierdo una hora. ¿Cuánto vale una hora? Quizá no le dé valor, yo sí.
¿Qué pasa con mis emociones? Mientras más tiempo pase torturándome, más me lleno de emociones que serán improductivas. La ira puede llegar a mí. Como explico en mi libro Migomismo – Su Inteligencia Emocional Interna, las emociones son útiles, no las considero negativas. Ésta que mencioné nos sirve para estar atentos a agresiones, nos prepara para la lucha. La pregunta ahora es: ¿Contra quién lucharé al salir del cine?
Mi método de comunicación se convertirá en agresivo: ¿Pelearé con el que hizo la película? No está ni cerca; ¿con el que se quedó con mi dinero? No me escuchará porque ni siquiera me estará oyendo; ¿con el que eligió la película? Lo más seguro, y aquí comienza el verdadero problema.
Insisto, pienso que perdí al dinero al pagar, no al descubrir lo mala que es la película. ¿Se atreve la próxima vez a reírse a tiempo de lo que ya se perdió?