Son múltiples los ejemplos de que somos un país poco dado a acatar reglas y normas. Interesante analizar el origen de esta actitud de la sociedad que no puede ser definida para una clase social en particular, todos de alguna manera tienen, como dirían los economistas, una propensión marginal a no cumplir normas, reglamentos, leyes.
Podríamos empezar por decir que es un problema de los bajos niveles de educación de nuestra población. Que no hemos creado programas necesarios para rescatar a nuestra población de la marginalidad que crea un sistema educativo que tiene dificultades de fondo, desde maestros poco capacitados, falta de rigurosidad en las calificaciones y ausencia de una conciencia clara que el empleo siempre será mejor remunerado en la medida de la capacidad de la persona.
Entonces, la conclusión a la que arribamos es que el desorden que vivimos en muchas áreas de nuestra sociedad está relacionado con la falta de educación. Pero desgraciadamente parecería no ser así; recuerdo algo que me sucedió cuando llegaba a Barcelona, un niño dominicano cuando al salir del avión corría por el pasillo y el padre le dijo con mucha autoridad “aquí no se corre, no estamos en Santo Domingo”.
Georges Balandier desarrolló una teoría muy interesante del desorden al decir que no existe un orden definitivo, habla de la complejidad horizontal, las relaciones en el pasado, presente y futuro, con relación de la precariedad y la vulnerabilidad de la relación política.
Ahí está el mal nuestro, salimos en los años sesenta de un régimen dictatorial que mantenía el orden, el cual venía impuesto por la fuerza. En la medida que llegó la democracia el orden se sustituyó por populismo, por complacencia o por ganar votos.
Vamos al caso del tránsito, un serio problema que amenaza no sólo la eficiencia de las empresas, peor aún constituye un problema de análisis psicológico del impacto del desorden en la forma de comportarnos como sociedad.
Algunos recordamos con claridad cómo en el gobierno del presidente Antonio Guzmán (EPD) existió un sistema de transporte público organizado, limpio y puntual. Sistema que luego fue boicoteado en el siguiente gobierno del propio partido. El presidente Fernández en su primer periodo trató de nuevo de organizar el transporte, puso al frente a nuestro querido amigo Hamlet Herman (EPD), un apasionado del orden y de organizar el tránsito, el más serio esfuerzo por cambiar un caos que cada día es peor.
Es el propio gobierno con recriminaciones de importantes funcionarios al director de la Dirección de la Autoridad Metropolitana del Transporte (AMET) el estar imponiendo multas por la violación a las leyes del tránsito a ministros y dirigentes del partido en el poder.
Podemos escribir un libro sobre las constantes violaciones, pero para relacionar las teorías de Balandier con política y poder con el orden sólo un ejemplo.
Hace pocos días veíamos a un general vestido de civil, detenido por un agente de la Dirección General de Tránsito y Transporte Terrestre (DIGESETT) que sustituyó a la AMET, como de forma impropia, le exigía al agente que lo había detenido por violar las normas de tránsito, que tenía que hacerle el saludo militar por su rango.
Vemos cómo del propio poder político, militar y sociedad civil, empresarial, se incumplen las leyes. Clásico el tener una tarjeta que reza “el portador es amigo y por lo tanto se ruega o se ordena prestarle toda la atención”.
Pero no es sólo en el tránsito, lo vemos en estas semanas recientes cómo se han violado las normas contra el Covid. No importa la clase social, si es en Los Minas o un importante resort. El presidente Abinader puede tener toda la razón cuando dice “estamos cansados de tantos meses con restricciones por la pandemia”.
Pero también, en el fondo, es parte de ese desorden que vivimos como sociedad, nada importa, siempre hay una forma de evadir las responsabilidades. En nuestro país podemos hacer lo que nos dé la gana, pero desde que tomamos un avión cambiamos el chip y sabemos que existen leyes que hay que cumplir.
Si me preguntan cómo cambiar esa forma de actuar, diría que podemos empezar con el tránsito, dando poder suficiente a los agentes para que nadie esté por encima de la ley. Es tanta la autoridad que le han quitado, que recuerdo un caso curioso que me ocurrió a mí.
Manejo poco en la ciudad y un día doblé por desconocimiento en un lugar que no debía. El agente me detuvo, me pidió la licencia y al reconocer mi nombre me dijo que no podía ponerme una multa. Reclamé que nadie estaba por encima de la ley y que el desconocimiento de mi parte de que en esa calle no se podía doblar, no me eximia de mi responsabilidad. Me dijo “ay, no me tire ese gancho” y por más que insistí que merecía una multa, el agente no acepto.
Son múltiples los casos de violación del orden, pero aquí tenemos dos que podrían ser un ejemplo para que entendamos como ciudadanos que no podemos ser un país de chivos sin ley, que esto no sólo es un costo económico, estas violaciones inciden en nuestra conducta como sociedad y ambas ponen en peligro muchas vidas. Hoy tenemos más muertes de tránsito que por Covid y eso no es un orgullo para un país que puede hacerlo mucho mejor.