Debería ser motivo de vergüenza que teniendo el privilegio de tener nuestra capital Santo Domingo frente a las bellas aguas del mar Caribe, vivamos de espaldas a estas y nos conformemos con avistarlas de lejos desde altas y costosas torres en algunos casos, y que la falta de conciencia y de cumplimiento de las normas siga impidiendo que nuestro hermoso Malecón sea un lugar plácido y agradable para el deleite de los capitaleños y de quienes nos visitan desde el extranjero o desde el interior del país.
Resulta paradójico que el deterioro de nuestro Malecón se haya ido produciendo precisamente mientras el turismo se fue desarrollando en nuestro país hasta constituirse en el más importante sector de nuestra economía, habiendo preferido inversionistas, restaurantes y hoteleros migrar hacia el congestionado y desordenado nuevo centro de la ciudad, quizás cansados de esperar soluciones.
Nuestra Ciudad Colonial tuvo que esperar pacientemente a que como parte de la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América en el año 1992 y de su declaratoria por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, se realizaran obras de remozamiento de algunos de sus más importantes monumentos como la Catedral Santa María de la Encarnación, Primada de América, y luego poco a poco y en parte por el interés de foráneos en sus vetustas casas fue operándose la adquisición y renovación de algunas, empezó a elevarse su costo, y a generarse inversiones en hoteles y restaurantes, lo que más recientemente se ha ido consolidando con el Programa Integral de Desarrollo Turístico y Urbano de la Ciudad Colonial financiado por el BID, que hoy está ejecutándose en su segunda etapa. Esto ha entrañado una importante inversión para mejorar nuestra oferta cultural, con el Museo de la Catedral recientemente inaugurado y el Museo de Las Atarazanas Reales, la cual ha sido secundada por el sector privado que ha querido también dejar su huella con el Centro Cultural Taíno Casa del Cordón.
Para que nuestra Ciudad Colonial constituya realmente una oferta de valor atractiva para el desarrollo del turismo, este remozamiento tiene que estar vinculado al del Malecón, y por eso desde hace tiempo desarrolladores e inversionistas han presentado proyectos de transformación de este precioso litoral, de crear marinas y convertir el viejo Puerto de Santo Domingo en una zona de recreación similar al muy conocido Puerto Madero de Buenos Aires, sin embargo para que estos ambiciosos planes puedan ser una realidad tiene que realizarse un indispensable primer paso que aunque parece simple ha sido imposible realizar, extraer los vehículos pesados del Malecón.
De nada han valido las distintas ordenanzas dictadas por el Concejo de Regidores de la Alcaldía del Distrito Nacional (ADN) para regular el tránsito de vehículos pesados en el Malecón desde el año 2012, luego en el 2015, y los múltiples intentos por establecer un horario restringido en el 2017 y 2019, hasta la más reciente del año 2021, porque a pesar de planes pilotos y reuniones con transportistas y empresas cuyos productos son transportados en vehículos de carga propios o de terceros y que circulan por esta vía, y de la excusa de que cuando culminara la circunvalación de Santo Domingo acogerían las ordenanzas, el ruidoso, contaminante, peligroso y odioso transitar de estos vehículos pesados se ha mantenido como una grotesca mancha que recuerda la falta de visión, de autoridad y de cumplimiento de la ley, y eclipsan las obras realizadas para embellecerlo, y promover su disfrute.
Por eso, aunque muchos aspiramos a que este nuevo anuncio del Intrant de que aplicarán la ordenanza de restricción y de que los agentes de la Digesett velarán por su cumplimiento finalmente destierre los vehículos de carga de esta vía, el historial justifica las dudas de que los permisos de uso en la zona de acceso restringido en vez de ser excepciones constituyan la regla. No solo hace falta voluntad y autoridad para que se cumpla con esto, sino también visión y compromiso con el país de todos. Quizás el interés pueda más que el amor a la ciudad, y a lo mejor algún día logre que quienes impiden la prohibición de este tránsito condenando nuestro Malecón, cesen de hacerlo y que así finalmente este recupere su esplendor.