El tema haitiano traspasa el innegable derecho de nuestras autoridades de repatriar indocumentados. Resalto que, tal vez por primera vez en décadas, nuestro gobierno, a nivel local e internacional, ha tomado la ofensiva en vitales puntos relacionados, asumiendo responsables iniciativas y preservando nuestra soberanía. Me preocupa, entre otros aspectos, que el grave problema que representa esta inmigración ilegal fragmente nuestra sociedad, con la presencia de grupos radicales en la defensa o en el ataque a nuestros vecinos. Esta confrontación se agudiza. Ambos bandos discuten con pasión. Entre nosotros parece que los antihaitianos y los prohaitianos, que son minorías, compiten con la mayoría que salvaguardamos la dominicanidad.
Y mientras tanto, al oeste de nuestra frontera, el asunto dominicano une a los haitianos, los motiva a ser solidarios entre sí, fortalece su identidad, reciben apoyo de todo el mundo, desde países que maltratan a sus “no ciudadanos” hasta lucrativas ONG. Nos llevan una enorme ventaja, que tarde o temprano puede ser complicada para nosotros; salvo ahora, manejan mejor que nosotros las crisis bilaterales y, para colmo, andamos enfrentados unos a otros por causa de ellos. A importantes sectores de Haití les encanta victimizarse. En todo el planeta se escucha sobre el “gran maltrato”, “el régimen de esclavitud” y “el apartheid caribeño” que sufren en nuestra nación. Y esto es una exageración, una manipulación burda, un chantaje para mantener entre nosotros un sentimiento de culpa y quedarnos callados ante tales embestidas.
No nos acobardemos si etiquetan a quienes resaltan nuestros valores como derechistas, atrasados, inhumanos y reaccionarios. Sustentar nuestra dominicanidad es un acto de nobleza, a sabiendas de que todos somos de hijos de Dios y debemos tratarnos con dignidad y fraternidad. Aquí se respeta al haitiano, salvo excepciones. Los contratiempos entre nosotros son muy escasos, convivimos en armonía en el trabajo, en los estudios… Es difícil que dos pueblos tan diferentes vivan en paz en un mismo país, pobre por demás.
También debemos estar claros con relación a la famosa sentencia del Tribunal Constitucional, donde indica que a los hijos de padres extranjeros ilegales y de tránsito nacidos en nuestro país no les corresponde la nacionalidad dominicana, porque “resulta jurídicamente inadmisible fundar el nacimiento de un derecho a partir de una situación ilícita de hecho”. La decisión señala algunos puntos discutibles, como el de la irretroactividad de la ley, establecer si la nacionalidad es un derecho o algo soberano de cada Estado, las repercusiones jurídicas internacionales… pero, mientras tanto, evitemos que el caso haitiano divida a la familia dominicana, que el asunto es demasiado serio y debemos actuar con sensatez, prudencia y la vez energía en favor del presente y del porvenir de la patria.