Muchas veces, los sábados aprovecho para ver entrevistas en el canal de YouTube. Este sábado pude ver un reportaje de Alicia Ortega que tituló, “Amín Abel Hasbún, un gigante en el tiempo”.
No puedo negar que recordar la forma vil en que fue asesinado delante de su esposa y su pequeño hijo se me hizo un nudo en la garganta. No fui un revolucionario, sí tenía preocupaciones sociales, que un querido tío me decía en broma muchas veces, que si era comunista.
Fueron años difíciles de secuestros por parte de la izquierda y asesinatos por parte del régimen de los doce años de Joaquín Balaguer. Se podía estar de acuerdo con muchas de las acciones o en desacuerdo, lo cierto era que existían convicciones, deseos de un mejor país, una entrega por ideales sin que mediara el dinero de por medio.
Amín fue exponente de ese grupo, osado en sus ideas, hasta llegar a dirigir el secuestro del coronel norteamericano Crowley para exigir la liberación de diecinueve dirigentes de la izquierda de la época.
¿Era Amín un comunista? No lo creo. Quería cambios como lo queríamos muchos sin participar en ningún movimiento. Recuerdo que cuando el asesinato de Sagrario Ercira Díaz, ocurrido el 4 de abril de 1972, a mi gran amigo Rafael del Toro y a mí se nos ocurrió en la Universidad Pedro Henríquez Ureña ir curso por curso tratando de que también nuestra universidad levantara la voz de protesta frente a este vil asesinato.
La respuesta fue una llamada a la rectoría, en la persona de nuestro querido Juan Tomás Mejía Feliú, quien nos aclaró que de repetir algo como eso seríamos expulsados y que si no lo fuimos en esa oportunidad fue por la intervención de muchos de los Miembros del Consejo Universitario, amigos de nuestros padres.
Hemos perdido las convicciones, hemos perdido el fervor de hacer las cosas por el bien común, las hemos cambiado por un cheque o chequecito. Como no hacemos muchas convenciones, ya no nos entramos a sillazos como en el Hotel Concorde, ahora nos entramos a tuitazos.
Estamos enfrascados en destruir el país, no ponemos atención al entorno nacional o internacional. El lunes, precisamente, Diario Libre tenía una lista de las ausencias de varios diputados, algunos de los cuales por el número de faltas nunca han asistido al hemiciclo, pero han cobrado.
Pero son los mismos legisladores que pretenden adueñarse de Las Cuevas de las Maravillas, donde el sector privado ha rescatado un patrimonio histórico, no para su bolsillo, sino para que los dominicanos y turistas puedan tener una idea de la época prehistórica de nuestra isla.
Las divisiones en los partidos, sin importar su tamaño, son vergonzosas; ninguna por convicciones, por ideales, conceptos olvidados.
Vemos cómo el senador Ben Cardín, queriendo confundir a la señora Robin Bernstein, quien sin duda será una excelente embajadora, no entiende que los indocumentados son los haitianos residentes en su país, que el nuestro ha invertido mucho dinero documentando haitianos y que la diferencia entre el creole y el español en tan pequeña como el inglés y el chino.
Mientras el presidente Trump defiende la economía norteamericana, nosotros hablamos de más tratados de libre comercio. Me pregunto, ¿quién pagará el sacrificio fiscal y los empleos que se perderán fruto de nuevos tratados?
Hemos sustituido ideales por clientelismo, por la división de los partidos políticos, el enfrentamiento entre los propios partidarios, no por soluciones a nuestros problemas, sino por cargos y la permanencia en el poder por el poder.
Aún estamos a tiempo. Hagamos la diferencia y enarbolemos causas, ni de derecha ni de izquierda, sino nacionales; dejemos atrás lo que nos divide, trabajemos por el desarrollo y recordemos el sacrificio y el valor de muchos dominicanos como Amín Abel.