Hace unas semanas tuve un encuentro con mi buen amigo Manolo Pichardo, un talentoso político que ha logrado trascender a la política del patio, ya sin ideologías y muchas veces con una visión de corto plazo y su participación como presidente de la Confederación Permanente de Partidos Políticos de América Latina (Copppal) honra sin dudas al país.
No soy un intelectual ni nada que se le parezca. Mis planteamientos en esta columna semanal los hago como un aporte sencillo a la discusión de ideas y planteamientos de soluciones que este diario me ha dado la oportunidad, la cual agradezco infinitamente.
Manolo, al invitarme a discutir sobre el agotamiento del modelo económico de nuestro país, me regaló un libro de su autoría, muy interesante: “La izquierda democrática en América Latina”.
En el libro se tocan muchos temas que servirían para muchas conversaciones, pero por ahora me limito a lo que llama “gobiernos progresistas”.
Empiezo por preguntarme si para ser progresista es necesario ser socialista o de izquierda. Mi idea de progreso no tiene nada que ver con las ideologías, que sin duda han ido desapareciendo en muchos países al ser sustituidas por el populismo o peor aún, por la corrupción.
Ninguno de estos conceptos, tan reales en Latinoamérica, responde a una ideología, es más bien una enorme distorsión de lo que deben ser los gobiernos.
Se habla de que se genera un eje progresista con la ascensión de Chávez al poder, pero parece que cuando un golpista de izquierda asume el poder logra una amnesia colectiva de la gravedad de sus hechos y pasa a ser inmediatamente un héroe. Si el golpista no es socialista no importa lo bien que gobierne, siempre será un golpista.
¿Qué yo entiendo como un gobierno progresista? Es aquel que gobierna para cambiar la situación de los que menos tienen, para mejorar la educación, erradicar la corrupción, mejorar la salud y las viviendas.
Me tiene sin cuidado si lee a Marx o si lee a Vargas Llosa; si se cree de derecha o de izquierda, lo fundamental es que llegue y salga del gobierno cumpliendo las metas que prometió y que su patrimonio sea el mismo o menor al terminar, porque su función es la de servir y no la de servirse.
Pretender que el gobierno de los Kirchner fue progresista, habría que separar los gobiernos de Néstor con el de Cristina, el primero recuperó económicamente Argentina, la segunda salió desprestigiada y afectó millones de argentinos, a ambos se les acusa de haber aumentado su patrimonio en más de mil por ciento. Mauricio Macri está intentando revertir la crisis eterna de Argentina, incluso a costa de su popularidad, al firmar con el FMI, pero ya empiezan las críticas porque no es del bloque chavista.
Criticamos el imperialismo de los Estados Unidos y el control de nuestras economías. Sin embargo, cuando el precio del petróleo estaba por las nubes, Hugo Chávez pretendió, con el poder del petróleo, hacer lo mismo con nuestras economías. Pero como regalaba el petróleo, bajo el esquema de Petrocaribe, no importaban sus intentos imperialistas ni el haber llevado a una economía rica a la bancarrota, ya que como siempre es culpa de la oligarquía y de los gringos, no de los santos bolivarianos.
Tenemos el caso de Uruguay, país pequeño con apenas más de tres millones de habitantes y con tres gobiernos consecutivos de izquierda, tiene el nivel más alto de alfabetización. Junto a Costa Rica son los dos países con la distribución de riqueza más justa, y según Transparencia Internacional es el país con la menor percepción de corrupción de la región, eso es progreso.
Entonces, no es un problema de ideologías o tendencias progresistas, es un conjunto de factores que vienen dados por el comportamiento de su sociedad, políticos, empresarios y sociedad civil.
Cuando un país se conforma a su suerte, no importa si es izquierdista o derechista, está condenado a no progresar en las variables económicas fundamentales que son la igualdad y el alivio de la pobreza.
Seguiremos tratando de interpretar, desde nuestro punto de vista, el excelente libro de Manolo Pichardo.