La Declaración Universal de los Derechos Humanos en el tercer párrafo de su preámbulo -como se ha referido en un artículo anterior- justifica la rebelión contra la tiranía y la opresión, ante la ausencia y negación de un régimen de Derecho; pero cuando no hay dudas del régimen de Derecho y de las instituciones que lo sustentan, ante diferencias políticas es inadmisible cualquier forma de violencia.
Sorprende por lo tanto cómo en Estados Unidos el presidente, al mismo tiempo comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y Policía, haya promovido variadas formas de violencia, desde la violencia verbal hasta provocar con el asalto al Capitolio el miércoles 6 de enero muertes, heridas, apresamientos, con secuelas de gran intranquilidad y perturbación social.
Su más aviesa expresión es cuando conscientemente se hace coincidir ese mismo día una manifestación insuflada antes y durante con la arenga del presidente que concluye con un llamado que él hace a sus participantes para que se dirijan al Capitolio; donde se procedía a certificar el triunfo de Joe Biden en las elecciones del 3 de noviembre en una ceremonia que encabezaba el propio vicepresidente de los Estados Unidos Mike Pence junto a Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, lo mismo que el presidente del Senado, además, del propio partido de Trump. Esos funcionarios del equipo de Trump junto a otros como el hasta hace poco Fiscal General de los Estados Unidos William Barr, habían expresado su desacuerdo ante sus intransigentes posiciones y acciones para impedir la asunción del nuevo presidente.
Lo dicho es muy bien conocido por lo que ahora hay que esperar las que deberían ser ejemplares sanciones ante el insólito comportamiento del presidente de una nación de la que nadie puede negar hoy la fortaleza de sus instituciones democráticas, sometida a dura prueba.
El comportamiento de Trump que ha provocado esos lamentables hechos de su exclusiva responsabilidad, además de investido de presidente, es una clara demostración del control que hay que tener de las acciones de los individuos cuando se proponen imponerse ante el Estado de derecho y el interés colectivo; paradójicamente esas condenables acciones antidemocráticas vienen de Trump quien se aprovechó de la apertura democrática del sistema de partidos, ya que sin haber hecho carrera política en el Partido Republicano llega a ser su candidato y ganar las elecciones del 2016.
La conducta de Trump alcanzó al extremo y no tuvo aún peores consecuencias por el fortalecimiento de las instituciones y la conciencia de sus principales dirigentes. Se espera como ejemplo ante el mundo una enérgica sanción de ese nefasto proceder.